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Neonpunk y Romanticismo Victoriano: Una Fusión Visual en Óleo Digital

丨 Retrato digital de una mujer en estilo victoriano fusionado con estética neonpunk, en una pintura que simula óleo con luces vibrantes . En un universo visual donde el pasado y el futuro colisionan, emerge una obra que captura la atención por su intensidad cromática y su elegante contradicción estilística. La imagen que acompaña este artículo representa una armoniosa —y al mismo tiempo provocadora— combinación de dos mundos estéticos: el arte victoriano y el estilo neonpunk. La Figura Central: Belleza Clásica en un Entorno Futurista La protagonista de esta pintura digital evoca la gracia refinada de una dama del siglo XIX. Su cabello, cuidadosamente peinado con ondas voluminosas, recuerda los retratos clásicos del romanticismo europeo. La indumentaria también sigue esta línea: un vestido de alto cuello, con texturas satinadas y ornamentos metálicos que remiten a un medallón victoriano, aporta un aire de aristocracia tradicional. Sin embargo, esta figura no está inmersa en un salón de ...

La Reliquia Boruca: Capítulo VII


14 de junio de 1896

 

Diario personal de Walter Davies

 

En un carruaje, entre San José y Puntarenas.

            El viaje ha sido largo y agotador. Poco a poco he vuelto a salir de la civilización después de pasar por Alajuela. Transitamos por varios pueblos en los que nos detuvimos para estirar el cuerpo y poder descansar. Al salir de San José, el Capitán Guardia me comentó que debíamos atravesar las montañas que se veían a lo lejos, pero no le creí. Ahora sé que no se encontraba bromeando.

Charlando con el Sargento Quesada y el Soldado Ureña, he conocido un poco más sobre la vida personal y militar de cada uno de ellos.

El Sargento es un hombre humilde, sencillo y casado. Me comenta que vive en un lugar llamado Curridabat, tiene dos hijos y una niña y está próximo a retirarse de la vida militar para trabajar en su pasión, la carpintería. También me dice que ingresó al ejército por necesidad y no por vocación, pero que eso no lo detuvo para crecer. Aprendió estudios básicos para poder ascender en la escala de suboficiales. Me regaló una anécdota de cuando el Capitán Guardia ingresó al Cuartel:

“El Capitán parecía un hombre de los que yo ojiaba en el tiatro actuando de príncipe más que a un militar, y siempre andaba con viejas reventadísimas y na’ de cueros”, aunque no pude entender bien que significa eso.

            Por otra parte, el Soldado Ureña es un joven muy curioso. Le gusta preguntar cómo es la vida en América y cómo puede hacer para irse a vivir allá; pero cuando le pregunto sobre su vida personal, no le gusta hablar de ello. Siento que se apena de su lugar de origen, pero habla muy bien de su madre y que “su cuchara” es la mejor de su pueblo.

            Con los ocupantes del otro coche casi no he tenido oportunidad de hablar. Guillermo es muy tímido y reservado, más por no enojar a su jefe que por naturaleza. Al señor Tarnat no le he hablado mucho, me parece una persona prepotente, aunque para hacer el viaje más ameno, debo comportarme a la altura. Dejo de escribir, ya el sol se oculta y mi visibilidad desaparece.

            —¿Qué tanto escribe, mister Davies? —interrumpió Ramón— ¿Es sobre nosotros?

            —Algo así, mi amigo.

            —Quiero ver —indicó Ramón, levantándose un poco de su espacio para ver lo que Walter escribió en su diario.

            —¿Ves?, aquí dice el nombre de Ramón.

            —Sí, pero, ¡no entiendo nada de lo que dice! —expresó riendo el Sargento.

            —Son solo anécdotas para mi futuro. Gracias por compartir sus historias, mi amigo.

 

El viaje se había extendido por cuatro días. En la última fecha, el traslado finalizó hasta pasadas las diez de la noche. Cuando llegaron a la ciudad de Puntarenas, el equipo de soldados y los funcionarios del Congreso comenzaron a descargar sus maletas en la entrada de uno de los hoteles disponibles frente al mar, para descansar.

El barco en el que debían viajar rumbo al puerto del sur, Puerto Arenitas, partía hasta el día de mañana a primera hora. La idea de Bernardo era ir a cenar al comedor del hotel y después, dormir para reponer fuerzas.

—Y bien, Capitán —dijo Ramón—, ¿estamos de licencia hasta mañana?

—Sargento, ¿qué quiere decir con eso? —expresó Bernardo con un poco de molestia— ¿Acaso pretende salir?

—Capitán, no se moleste por favor —habló con sumisión el Sargento—. Muy pocas veces he estado en Puntarenas. Además, debemos ir a comer, cierto, ¿Ureña?

El Sargento miró a su subalterno y con su brazo izquierdo, golpeó disimuladamente sus costillas para acuerpar su comentario.

—Sí, sí, es cierto. Tengo mucha hambre, Capitán.

—Yo también quisiera cenar fuera, Bernardo —se incorporó Walter a la sugerencia—, así aprovecho y conozco más sobre Puntarenas.

—Está bien, señores. Vamos a comer fuera y después retornamos al hotel —autorizó un desanimado Bernardo—. Pero primero debemos ir donde el Capitán de Puerto para informar nuestra llegada.

—¡BIEN! ¡GENIAL! —expresaron los militares.

—Señor Tarnat, Don Guillermo, ¿no nos acompañan? —preguntó Walter a los funcionarios del Congreso.

—Ni de broma iré a una vulgar fonda de acá. Nosotros cenaremos en el hotel. —expresó despectivamente Tarnat.

—Yo quiero ir a visitar a un familiar que vive en la ciudad —lanzó Guillermo—, podría irme con todos y quedarme en la casa de ella un momento para visitarla.

            Bernardo comprendió la señal que indicaba Guillermo para poder salir con ellos, sin tener que incomodar a su arrogante jefe.

            —Claro, Don Guillermo. Nosotros lo acompañamos.

            —¡Perfecto! —expresó molesto Tarnat— Yo me retiro a mi dormitorio. No cenaré.

            Los hombres fueron a dejar sus maletas a los dormitorios, acordando encontrarse en la recepción del hotel en quince minutos para partir rumbo a uno de los centros nocturnos que ofrecían alimento y diversión.

            Antes de partir, detrás de ellos, en una silla de la recepción y sin nada en la mesita en la que se encontraba apoyado, un sujeto observaba sus movimientos con disimulo.

           

Ciudad de Puntarenas.

 

            La ciudad se encontraba completamente dormida.

            A pesar de ser un puerto, los establecimientos y comercios cerraban por norma poco después de las seis de la tarde. Las calles despobladas, daban un indicio a Ramón de lo que sus pensamientos intuían… hoy no bebía.

Una vez presentados en el Puerto con el Capitán, los hombres se disponían a dar vuelta al hotel en completa decepción. Pero, para otorgarle un nuevo milagro a la Virgen del Carmen, Patrona de Puntarenas, en la conversación surgida con Guillermo, el joven expresó las palabras adecuadas como bálsamo para el ánimo de Ramón.

            —…Pero no mentía cuando les dije que tengo familiares acá —expresó Guillermo Barrantes—, sólo que no voy a ir donde ellos. Ya es muy tarde.

            —Entonces, ¡debes conocer un lugar abierto a esta hora! —exclamó Ramón—, ¿puedes llevarnos?

            —Existe un lugar, pero queda un poco lejos.

            —Pues, ¿Qué esperas? ¡VAMOS!

            —Señores, ya es tarde —interrumpió el Capitán—, deberíamos ir a descansar.

            —Bernardo, no soy un juerguista —dijo Walter—, pero me gustaría conocer un poco la zona.

            —No lo hagas más difícil, Walter —comentó Bernardo indeciso—. Está bien, vamos, pero solo un momento. Máximo a las dos de la mañana.

            —Dos horas y media es más que suficiente, Capitán… —expuso Ramón— Para comer, claro.

            —Ajá… —pronunció Andrés de modo irónico.

 

Guillermo guío a sus compañeros de aventura hasta un centro oculto en Fray Casiano de Madriz. Para llegar sin contratiempos y poder disfrutar un poco, se subieron en uno de los servicios de carruajes del hotel en el que se hospedaban. La zona no era segura para llegar caminando; además, se corría el rumor de que la Cegua asechaba en sus callejones a los ebrios mujeriegos.

Al llegar al centro nocturno clandestino, el olor a meados se unía con el aroma del tabaco de los cigarros que fumaban los marineros allí presentes. Los gritos de las damas y los sonidos de botellas de alcohol chocando entre sí, daban una fraternal bienvenida al Sargento Quesada, que se sentía como águila en su nido.

—El hambre me abrió las boquillas —expresó un ordinario Ramón, buscando una mesa para cinco.

—Bernardo, ¿qué quiere decir lo que dijo el Sargento? —preguntó Walter.

—Que quiere tomar —indicó un molesto Bernardo.

—Oh…

Los hombres se sentaron juntos en los barriles y una mesa improvisada que se ubicaba en medio del salón. En este lugar de mala muerte no importaba la raza, género, nacionalidad o posición social. Todos los presentes lo que les importaba era disfrutar del alcohol y pasar un buen rato… a solas o acompañados.

El Sargento no aguantó las ganas y para cuando se sentó con sus colegas, ya llevaba dos tragos en su haber.

—¡Eres mi salvador, Guillermo! ¡AAAAGH! 

 Capítulo VIII 🔜

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