Update cookies preferences Ir al contenido principal

Destacado

Los Borucas: cultura viva, máscaras y el Juego de los Diablitos

Máscara Boruca tradicional realizada por Víctor Hernández . IMAGEN MARVALEOD.  ...La niebla baja se cuela al amanecer entre los pliegues de la cordillera de Talamanca, a veinte kilómetros de la frontera con Panamá. Allí, en lo más alto de un valle verde, se despierta el pueblo boruca: el gallo canta, el humo de los fogones se eleva en espiral y el rumor del río Grande de Térraba acompaña la vida cotidiana. A primera vista, el pueblo parece un puñado de casas de madera rodeadas de vegetación y parcelas de maíz, pero detrás de esa calma se esconde una de las culturas indígenas más tenaces y orgullosas de Costa Rica. Con poco más de dos mil habitantes dispersos en 140 km² de reserva, los boruca —o bruncas— han mantenido su identidad frente a conquistadores, misioneros y la modernidad del siglo XXI. Su secreto: una memoria colectiva cimentada en leyendas, máscaras de madera y un festival que cada diciembre revive la lucha contra los españoles... Un territorio, una lengua, una comunidad...

La Reliquia Boruca: Capítulo I


3 de abril de 1896

 

San José, Costa Rica.

 

Años han pasado desde la campaña militar de mil ochocientos cincuenta y seis. Costa Rica había aprendido que su reducido tamaño no era impedimento para alcanzar majestuosos logros.

El país ya no era el pequeño territorio oculto en el centro de América; la exportación del café a los países europeos y las crecientes relaciones con Estados Unidos habían hecho que la nación se desarrollara culturalmente al nivel de las mejores sociedades del Continente Americano.

 

—Desearía estar en una cama caliente, abrigado…

Ni el viernes santo había otorgado un espacio de tranquilidad en San José. La ciudad capital del país centroamericano se encontraba cubierta por un temporal desde hacía dos días.  En medio de la lluvia, la construcción del Teatro Nacional, una obra de arte al mejor estilo de la arquitectura europea, se erigía frente a unos campos de maíz, dando un contraste entre lo antiguo y lo moderno.

Cerca de allí, al norte de la ciudad, en medio de uno de los callejones cercanos a la Fábrica Nacional de Licores, un hombre se encontraba sentado debajo de un pequeño techo que se asomaba desde una de las casas de Otoya, esperando que el clima le diera una pequeña oportunidad para poder continuar con su trayecto.

Hilario había llegado a la capital proveniente de un pueblo muy alejado de San José, ubicado en la zona sur del país. Consigo, en una de las bolsas de su chaqueta, un pequeño tesoro de jade oculto que provenía de su tierra natal resaltaba en el relieve de la delgada tela.

En medio de las extensas cortinas de agua, un majestuoso carruaje negro se asomaba desde el costado este del angosto pasaje empedrado en adoquín. Acercándose al joven nativo de la región de Boruca, el coche impulsado por dos caballos de un color negro muy oscuro, lentamente se detenía, inmovilizándose al frente de su presencia.

El cochero golpeó con una de sus manos el costado izquierdo del carruaje, dando señal a su ocupante interno para que abriera la pequeña ventana ubicada en uno de sus costados. En un breve instante, el rostro de un hombre que no superaba los cuarenta años y con un profundo hoyuelo incrustado en su mentón se asomaba desde el interior.

Buenas noches, señor expresó una voz con un tono elevado para poder superar la resonancia de la lluvia—. Veo que se encuentra en apuros. ¿Le gustaría que lo lleve a su hogar?

Buenas noches respondió Hilario, mirando con un poco de incertidumbre al hombre que se encontraba frente a él—. No señor, es muy amable. Además, ya casi me retiraba de este sitio. La lluvia no es lo que me detiene.

Hilario se levantó del lugar donde se encontraba sentado mientras se limpiaba sus manos en la rota levita color beige que portaba. En tanto, seguía observando la cara del sujeto que mantenía un semblante que denotaba falsedad y la necesidad de expresar un aire de arrogancia y misterio.

Insisto recalcó el hombre—, es mi deber cívico ayudar al prójimo.

También es su deber cazar personas para poder obtener lo que quiere, supongo pronunció Hilario con un tono de voz un tanto molesto—. Creo que esto es un juego muy tonto, señor…

Eso no tiene importancia, menos para una persona de… ¡su clase! exclamó un enojado caballero desde su carruaje Dame lo que quiero y no tendremos problemas.

Hilario miró cada uno de los accesos de la calle que lo tenía a merced de su cazador. A como pudo, su robusto cuerpo se posicionó dirección contraria a la carroza y comenzó a correr.

El Boruca corrió lo más que su condición le permitió; su corazón se le agitó de un modo excesivo en un breve espacio de tiempo. La fuerte lluvia acrecentaba cada vez más, provocando que el peso de su ropa aumentara significativamente, complicando su plan de escape.

Al llegar al parque en donde se erigió el Monumento Nacional, trató de buscar un alma que lo pudiera socorrer. Comenzó a gritar voces de auxilio, sin embargo, nadie contestó su llamado.

Hallándose frente a la estatua que conmemoraba la gesta de la nación en la campaña contra los filibusteros, sin poder concebir un plan para escapar de su instigador, se dejó caer de rodillas, clamando la intervención de Cuasrán para su protección. A sus espaldas, una voz agitada y casi apagada brindó las últimas palabras que el sureño escuchó antes de recibir la filosa hoja de una daga directo en su garganta:

—¡Muere, mugriento!

Hilario tomaba su cuello con las manos, esbozando sonidos de ahogo producidos por su sangre. Lentamente el indígena tendía su cuerpo en la tierra y perdía la conciencia mientras trataba de expresar palabras ya ilegibles.

Te dije que no tuviéramos problemas, Hilario murmuró el misterioso hombre, revisando al agonizante indígena.

            Al palpar el cuerpo ya tendido en el suelo, en medio de una densa capa de sangre y agua, el ladrón consiguió en la levita lo que tanto buscaba.

Es un tesoro muy pequeño, pero sí es lo que desea mi cliente, no soy quién para cuestionar sus deseospronunció al levantarse y dejar el inactivo cuerpo del hombre a la suerte de la noche. 

Capítulo II 🔜

Comentarios

Entradas populares