Destacado
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
La Reliquia Boruca: Capítulo IV
8
de junio de 1896
Palacio Nacional, San José. Vuelta al presente.
—Pues bien, el señor Davies quería
presentarse personalmente, señor Presidente —retomó la conversación Don Juan.
—Así es, señor Presidente —acotó el
Ingeniero—. El Secretario de Estado, Richard Olney, me solicitó darle estos
presentes y esta carta.
—Agradezco los gestos, señor Davies
—respondió Don Rafael—. Si no lo considera una ofensa, abriré los regalos y la carta
ahora más tarde, en mi residencia. Consideramos una falta de respeto
distraernos en otros asuntos cuando tenemos invitados. Por cierto, ¿Ya almorzó?
—preguntó de modo atento.
—No, la verdad no, señor —agregó un
famélico Walter—. No tuve tiempo durante el viaje.
—Perfecto. Entonces los invito a mi
casa para almorzar y continuar la conversación, ¿les parece?
Todos los presentes asentaron la
invitación del Presidente excepto el Capitán Guardia, quién se abstuvo de
contestar.
—¿No nos acompaña, Capitán Guardia?
—Preguntó el Ingeniero.
—El Capitán Guardia se encuentra
ocupado planeando los preparativos para la expedición que dará lugar
próximamente —contestó Don Rafael.
—Es cierto, Mayor Davies —agregó su
respuesta el Capitán—. Después del almuerzo, pídale al cochero que lo lleve a
mi residencia, lo voy a estar esperando como mi huésped.
—Oh no, no. Agradezco su gesto, pero
me quedaré en la Legación de mi país.
—De ninguna manera, señor —replicó
Guardia—. Debemos estudiar el itinerario de la misión. Además, la Legación
estadounidense se encuentra en remodelación, por lo que sería muy incómodo para
su descanso.
—Acepte el gesto, señor Davies
—interrumpió el Presidente—. El hogar del Capitán es una de las residencias más
hermosas y lujosas que existen en la ciudad. Además, le hará bien estar
acompañado por un compañero de armas.
El Presidente se retiró del salón
hablando al americano y al doctor sobre el progreso del país, su visita a la
Reina Victoria y las empresas que poseía. En tanto, Don Juan se retrasaba un poco para tener unos minutos a solas con
su primo.
—Bernardo, deja el pasado atrás. Lo
pido como un superior.
Bernardo miró con afecto y aprecio a
su familiar. Sabía que, al pedírselo como General y Secretario de Guerra, la
respuesta sería un tanto sesgada.
—Juan, más que nadie sabes que mi
deber es ser fiel a la patria y dar el mayor de los respetos al Presidente;
pero no me pidas que perdone a Rafael, por favor.
—No quiero darte sermones. Bien
sabes que Don Rafael te ama como si fueras un hermano —continuó Don Juan—. Lo que ocurrió fue una
novatada en los juegos de la vida. Eres joven, Bernardo, pronto encontrarás el
amor, y con él, el perdón. —finalizó.
Residencia Guardia, San José.
Una vez finalizado el almuerzo y la
extenuante reunión ejecutada en la residencia del Presidente, Walter Davies se
retiró hasta el domicilio del Capitán Guardia para iniciar la planificación y
entregar las órdenes emanadas por Don Rafael.
Con la luna ya en el cielo al llegar a la vivienda, Walter no podía distinguir
su ubicación. La atmosfera de la capital, le ofrecía un panorama del cielo muy
distinto al que acostumbraba en Alaska.
Al bajarse del carruaje, Walter se encontraba agotado por la reunión,
pero al observar la casa, el cansancio fue sustituido por el asombro, quien
súbitamente se apoderó de él.
Walter llevaba un concepto del hogar del Capitán por las advertencias
del Presidente, pero su mente quedó corta ante tal edificación. La lujosa casa
ubicada en lo que ahora es Barrio Tournón, en aquel entonces, era la
construcción más atractiva de la zona.
El enorme inmueble fue realizado por encargo del propio Bernardo al
arquitecto Nicolás Chavarría después de contemplar la construcción y detalles
que realizó en el futuro Teatro Nacional.
En medio de los campos que se utilizaban para la siembra de café y maíz,
la hermosa residencia de tres niveles, diseñada al mejor estilo neocolonial en
concreto y color blanco, se levantaba sobre un pequeño montículo con un jardín
exquisito, poblado por varios tipos de flores autóctonas. Para llegar hasta
ella, se debían subir varios escalones de tres elevaciones distintas; al
alcanzar el pórtico, se podía obtener un panorama único de toda la ciudad
capital.
Frente a la puerta principal, un señor ya con la experiencia de los años
reflejada en sus cabellos y con un atuendo sencillo, lo recibía.
—Buenas noches, bienvenido, señor —abrió la puerta Paquito, el
administrador de la vivienda—. Don Bernardo lo espera, pase adelante.
—Gracias, es muy amable.
Walter Davies no dejaba de caer en el asombro cada vez que avanzaba en
la propiedad y observaba la ostentosa vida que llevaba el Capitán del ejército.
Aunque consideraba a primera vista que Bernardo Guardia era un hombre sencillo
con varias similitudes a él, su estilo de vida no se podía medir.
—Mayor, bienvenido a mi casa —habló el Capitán en un tono elevado
mientras bajaba las gradas que provenían del segundo nivel—, tome asiento, por
favor.
—Creó que solicitaré un contrato en el Ejército de Costa Rica —respondió
Walter con una expresión de asombro— ¿Cuánto gana un Mayor?
—El ejército paga bien —apuntó el Capitán—, pero no para tanto —repuso
entre risas.
—Perdone mi atrevimiento, pero ¿Cómo es que mantiene esta vida?
—preguntó Walter asombrado y sentándose en uno de los sofás.
—Soy hijo único. Además, he tenido suerte en los negocios —manifestó el
Capitán—. ¡Paquito! tráele un delicioso café a nuestro invitado, por favor.
—Sí, Don Bernardo, de inmediato. —respondió un cansado Paquito— … No sé
porque no lo puede servir él, ya estoy viejo y cansado, Paquito esto, Paquito lo otro… — alegó en vagos murmullos, mientras
se dirigía a la cocina.
Bernardo no pensaba aburrir a su invitado hablando de su vida personal.
Tampoco quería que su huésped creara la impresión de estar frente a un hombre
acomodado, rico y orgulloso.
Pero la realidad no se podía ocultar.
—¿La casa se la dieron sus padres? —preguntó Walter interesado en
conocer a su anfitrión.
—No quisiera aburrirlo con temas banales, Mayor Davies.
—No son temas banales, Capitán —replicó Walter—. Quisiera conocer un
poco a mi nuevo compañero. Sabe que eso hacemos los soldados, conversar entre
nosotros para confiar el uno al otro.
Walter quería que Bernardo entrara en confianza y se relajara. En la
tarde, durante la presentación con Don Rafael, pudo notar un ambiente pesado
que absorbió por completo el estado de ánimo que traía al recogerlo en la
estación.
Ahora que debía compartir más tiempo con el Capitán costarricense,
deseaba que la relación fuese cordial y amena.
—La casa es reciente, me mudé hace poco —contestó Bernardo, sentándose
en el sofá que se encontraba al frente de Walter—. Mis padres fallecieron hace
mucho.
—Don Rafael me comentó que su tío fue Presidente —agregó a la
conversación Walter—. Me gustaría saber de ello.
—Para conocer esa historia, primero debe escuchar un poco más, si no le
molesta. Mi abuelo, Don Rudesindo…
Apoyando los codos sobre sus piernas e inclinando el cuerpo levemente
hacia el frente, el Mayor comenzó a mostrar interés por conocer el relato de su
anfitrión.
Breve historia de la familia Guardia.
Desde su llegada al país, la familia Guardia siempre estuvo implicada en
asuntos políticos, económicos y militares.
El abuelo de Bernardo, Don Rudesindo de la Guardia, encontrándose en la
adolescencia, llegó a Costa Rica proveniente de Panamá.
Siendo aún joven, ingresó al servicio militar, alcanzando al final de su
carrera el grado de Coronel. Por medio de los contactos y la fama obtenida
durante la vida marcial, se le designó como gobernador en la provincia de
Moracia, actual Guanacaste. Durante el éxito que obtuvo a lo largo de su vida,
Don Rudesindo adquirió propiedades en Alajuela y Bagaces, mismas que utilizó
para el cultivo de café, la ganadería y siembra de algodón.
La descendencia de Don Rudesindo no fue menos exitosa. Varios de sus
hijos jugarían un papel importante en el desarrollo de la nación
centroamericana.
Víctor, el mayor, llegaría a ser General del Ejército y Secretario de
Estado; Tomás, el segundo, también ostentó el grado de General y fue Presidente
de la República; Faustino, el tercero y padre de Bernardo, fue militar, aunque
se decantó por los negocios de la familia; Miguel, llegó a ser Secretario de
Estado, y Cristina, llegaría a ser Primera Dama de Costa Rica al casarse con el
General Próspero Fernández.
Faustino adquirió un amplio
conocimiento del arte de la guerra por parte de sus experiencias en la campaña
de mil ochocientos cincuenta y seis, de su padre y hermanos mayores, forjando
una habilidad que lograría aplicar en los negocios de la familia. El bien
llamado Midas Guardia, ensanchó
ampliamente las arcas que de por sí ya poseía la estirpe oriunda de Panamá.
Aunque amaba producir dinero, su pasión era la política. Deseaba convertirse en
Presidente algún día.
Faustino aún no contaba con treinta años cuando se enamoró perdidamente
de una joven llamada Regina Segura, a la cual desposó. Poco tiempo después del
enlace, Regina quedó embarazada, pero su marido no pudo estar presente en el
nacimiento de su hijo. Murió trágicamente aplastado por un tronco en la empresa
dedicada al tratamiento de maderas que poseía en Bagaces, Guanacaste.
Al nacer Bernardo, su futuro económico se encontraba asegurado, pero la
inestabilidad emocional de su madre al perder a su compañero de vida, sumado a
la debilidad física que esto le ocasionó, hizo que el pequeño quedara huérfano
siendo apenas un niño de seis años.
Su familia nunca lo abandonó. Bernardo fue criado en las propiedades de
Alajuela, cambiando constantemente entre las residencias de sus tíos Víctor, Tomás
y Cristina.
Desde niño, Bernardo amaba la sensación de estar en un sitio nuevo, no
se encontraba a gusto en un mismo lugar. La manera de calmar estos deseos, fue
por medio de constantes viajes entre Alajuela, San José y Bagaces.
Llegado de West Point, el
descendiente de Rudesindo de la Guardia, recibió por parte de sus tíos las
propiedades y herencia que su padre le había dejado, mismas que se mantuvieron
rentables y exitosas a lo largo de los años.
Como adulto, realizó inversiones en Inglaterra, Estados Unidos y Bélgica
junto al ahora Presidente Yglesias, originando su acaudalada situación actual.
Aunque contaba con un apellido prestigioso, un alto patrimonio y amaba
su estilo de vida, Bernardo no sentía un interés especial por la carrera
política, ni se decantaba por la ambición y el poder.
Rasgos que notoriamente los adquirió de su madre y no de su padre.
—Lamento lo de sus padres, Capitán. No era mi intención incomodarlo.
—No se preocupe Mayor, no me inquieta. De mi padre sólo sé lo que mi familia
me ha comentado y a mí madre mi memoria la guarda únicamente en cama, enferma.
—Cambiemos de tema, Capitán. —expresó Walter incómodo— ¿De niño quería
ser soldado?
—¿Qué pregunta es esa? —lanzó Bernardo riendo— Desde pequeño juego con
muñecos de soldados.
—Es que muchas veces es más por tradición que por deseo. En mi caso fue
así.
—Bueno, ahora cuénteme sobre su vida, Mayor Davies. —comentó un Bernardo
animado— ¿Cómo es eso que no quería ser militar?
—No quería, lo ha dicho. Pero los años me cambiaron el pensamiento.
Ahora no me imagino una vida sin este uniforme. Sabe, mi padre peleó en el
bando Confederado en la Guerra de Secesión. Yo tenía cuatro años cuando él se
marchó hacia...
Iniciado el turno de Walter, Bernardo se encontraba extasiado. Durante
su estadía en West Point, aún se encontraban presentes Oficiales que habían
luchado en la Guerra Civil norteamericana y pasaba horas platicando con ellos.
Como un especializado en Historia Militar, amaba escuchar relatos de las
experiencias de los mayores de edad que enfrentaron tiempos difíciles y las
enseñanzas que les dejaron.
—…Cuando volvió a casa, llegó sin la pierna izquierda, sólo un dedo en
la mano derecha y la cordura perdida.
—La guerra es algo terrible, Mayor.
—Así es. Por eso escogí ser Ingeniero y me ofrecí en proyectos civiles,
Capitán —dijo Davies orgulloso—. Disfruto la aventura, pero también me gusta
ayudar.
—Mayor, ¿de cuál generación se graduó en la Academia? Si puedo saber
—preguntó animado el Capitán—. Yo me gradué en la del ochenta y dos.
—¡Vaya! Yo soy egresado de la ochenta —respondió sorprendido el
estadounidense—. Compartimos un año juntos.
—Entonces, ¿fue compañero de George W. Goethals?
—¡Por él estoy en el Cuerpo de Ingenieros! —expresó con emoción Walter—
Cuando nos graduamos dijo: si Davies no
va conmigo, ¡olvídense de mí!
—Pues, parece que tenemos un amigo en común, señor Davies —pronunció
Bernardo con una sonrisa en su rostro—. El mundo es muy pequeño.
—Eso parece, Capitán —finalizó el tema el Mayor levantándose del sofá—. Bueno,
basta de charla y vamos a trabajar. ¿Tiene mapas de la zona?
La conversación entre ellos surtió el
efecto que se había propuesto el Mayor Davies. Bernardo se encontraba más
seguro y confiado para exponer sus ideas y propuestas en la planificación de la
expedición.
Bernardo por su parte, comenzó a considerar
que el sentimiento de amistad nuevamente revivía en su interior.
—Mayor, ¿sabe por qué lo acompaño al sur?
—Cuéntame…
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
Entradas populares
La Reliquia Boruca: Introducción
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
La Reliquia Boruca: Capítulo I
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
La Reliquia Boruca: Capítulo III
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
Ceawlin de Wessex: Rey, Conquistador y Figura Fundacional de la Inglaterra Anglosajona
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
La Reliquia Boruca: Capítulo IX
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
Comentarios
Publicar un comentario