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Ceol de Wessex: Un Rey Muy Breve en la Crónica Sajona

丨 Retrato imaginario del Ceol de Wessex. IMAGEN MARVALEOD. Hola a todos. El día de hoy vamos a centrarnos en un personaje misterioso y poco documentado de la historia anglosajona: Ceol de Wessex . A diferencia de otros reyes de su tiempo, encontrar información sobre él ha resultado muy difícil, lo que convierte a este artículo en uno de los más breves de nuestro blog. ¿Quién fue Ceol? Ceol, también conocido como Ceola o Ceolric , es mencionado en dos fuentes clave: la Crónica anglosajona y la Lista genealógica y real de los sajones occidentales. Ambas lo presentan como rey de Wessex durante un período que oscila entre cinco y seis años. Dependiendo de la fuente, su reinado se habría desarrollado entre los años 592 y 597 , o entre 588 y 594 . ¿Existió realmente? La historicidad de Ceol ha sido cuestionada por varios historiadores, especialmente por David Dumville , quien subraya lo débil que es la evidencia documental sobre él. Ninguna de las fuentes que lo mencionan parece contemporán...

La Reliquia Boruca: Capítulo III


10 de junio de 1892

 

San José, Costa Rica. Cuatro años antes.

 

—¿Estás seguro de esto? No lo sé, no es buena idea. Considera tu imagen.

—Bernardo, ¿Crees que no he pensado en ello? Es lo que más me preocupa de todo esto.

—La política definitivamente no es para mí, Rafael. No puedo figurarme en tus zapatos.

—Como sea, me vas a ayudar ¿sí, o no?

—Está bien —habló Bernardo desanimado—, yo te ayudo… eleva el mentón.

En la residencia del Teniente Guardia, el Secretario Yglesias se estaba preparando para el baile de medio año que organizaba Don Mauro Fernández en su lujosa mansión, la cual era conocida como la Residencia Fernández. El joven Ministro de Guerra se hallaba en un dilema de interés nacional: mantener su enrarecida barba o cortársela.

Aunque pareciera una banalidad, los periódicos locales no dejarían de hablar de la apariencia del prometedor Ministro, quien estaba próximo a anunciar su candidatura a la presidencia para el periodo 1894-1898.

—Bien, ya está. —titubeó Bernardo.

—¿Cómo luzco? —preguntó el Secretario.

—Pues, te ves terrible, Rafael.

—¿Lo dices en serio? No me asustes, por favor.

—Mira por ti mismo —dijo Bernardo, ofreciéndole un espejo a Rafael—. No me culpes por esto.

—Pero, ¡sí me veo muy bien!

            Bernardo no soportaba contener las carcajadas al ver la expresión producida por Rafael, quien se levantó agitadamente de su silla para expresar improperios a su compañero y correr detrás de él con la intensión de golpearlo.

            Una vez listos, el Secretario y el Teniente se dirigieron hasta la Residencia Fernández en el carruaje negro de la Secretaría de Guerra, charlando y platicando sobre sus aspectos y de las personas que se encontrarían en aquel baile.

            —¿Habrá sido buena idea rasurarme la barba?

            —No sigas con eso, por favor…

            Al llegar a la propiedad y bajarse de la carroza, las miradas de los invitados que se encontraban a las afueras se concentraban completamente en el Secretario de Guerra y su escolta. Era bien sabido por toda la capital que los dos hombres que se encontraban allí, eran los solteros más codiciados del momento por las señoritas de la ciudad.

Por un lado, el joven y apuesto Ministro venía de divorciarse recientemente por presiones familiares, al tiempo que sus empresas crecían económicamente y la carrera política iba en aumento. En tanto, su acompañante se caracterizaba por ser un hermoso y prometedor Oficial del Ejército Nacional, heredero de una buena fortuna por parte de sus progenitores; su padre había fallecido meses antes de su nacimiento y su madre murió de neumonía cuando el infante contaba apenas con seis años de edad. 

            —Buenas noches, señor Secretario —lo recibió uno de los criados de Don Mauro—. Espero se encuentre bien. Si gusta, me puede dar su abrigo.

            Rafael entregó su abrigo, observando si el Presidente Rodríguez ya se había presentado en el baile.

—Señor Secretario —dijo Bernardo—, ¿Se encuentra usted bien?

—Sí, sí. Estaba buscando al Presidente —respondió Rafael— ¿Y podrías dejar de tratarme de usted? —agregó murmurando— Siento que mi madre me está regañando.

—Amigo en privado, soldado en trabajo, Señor Secretario.

—Dios mío, Bernardo…

La ceremonia comenzó unos minutos más tarde de lo acordado. Aun así, los presentes no hicieron cotilleo por el asunto. Las galas de Don Mauro siempre eran muy ansiadas por la sociedad josefina.

Rafael no era el único que estaba buscando a alguien. Bernardo, cada vez que lograba escapar de una monótona conversación militar o una charada política, observaba detenidamente entre las damas, si la dueña de su corazón se encontraba ya en el baile.

—¡Aquí está nuestro futuro General de División! —expresó una voz amigable— ¿Cómo estás, Bernardo?

—¡Alejandra! —Sonrió alegre el Teniente—, ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo!

—No puedo decir que mal —respondió la muy atractiva mujer, abrazando a Bernardo con gran cariño—. La vida me ha tratado muy bien.

—¡Pero mírate! Estás hermosa.

 

Alejandra era una bella mujer.

La dama nacida en Alajuela robaba suspiros. No se podía disimular la mirada cada vez que ella se encontraba en un sitio.

Su exuberante cuerpo era una obra de arte otorgada a esta generación como regalo de Dios. Ella Adoraba usar vestidos ajustados, conocía las cualidades de su cuerpo y sabía cómo explotarlas. De la cara un tanto redonda, brotaban unos delicados labios que, al abrirlos, incitaban al mayor de los deseos, haciendo caer a los hombres en pensamientos de completa lujuria. Su cabello era completamente negro y lacio, aunque ella le gustaba rizarlo para darle un aspecto más sofisticado. Vistos estos detalles, la cereza del impresionante pastel culminaba con sus exóticos ojos almendrados de tonalidad gris brillante que presentaban una elegancia y seducción al estilo de la más absurda distracción.

La familia de Alejandra poseía terrenos para el cultivo del café en las cercanías de las propiedades de la familia Guardia, por lo que Bernardo y ella se conocieron en su niñez. Recuerdos grabados de dos niños inocentes corriendo y jugando entre las plantas de café quedaban en la memoria de sus empleados. Más que vecinos, parecían hermanos.

Antes de la partida de Bernardo a Estados Unidos, los adolescentes disfrutaron largas tardes juntos platicando sobre sus sueños y proyectos, dando pequeñas vueltas en las aceras del Parque Central. Las familias de los dos acordaron un matrimonio posterior al retorno de Bernardo.

Poco antes de cumplir los diecinueve años, el padre de Alejandra, encontrándose en una difícil situación económica por unas malas inversiones, rompió el acuerdo con la familia Guardia y la comprometió con un socio proveniente de Heredia; un señor mayor de apellido Flores. Ella no deseaba ese matrimonio, por lo que se quedaba largas temporadas en la casa de sus padres para evitar compartir lecho con él.

El retorno de Bernardo al país fue un rayo de luz para la hermosa joven. Las pláticas y los paseos nuevamente se convirtieron en sus pasatiempos favoritos. Los jóvenes no conocían la mesura o la discreción. Los impulsos hicieron brotar en ellos las pasiones más violentas y sin intención de detenerlas, fue como pronto iniciaron una aventura amorosa que se prolongó por varios años.

A pesar de ser trasladado a San José, Bernardo no olvidaba a su amante. Cada vez que podía, acordaba con Alejandra y se escapaba a la ciudad donde creció para poder estar a su lado y pasar apasionadas noches juntos. 

Pero no todo es para siempre o tiene un final feliz.

El esposo de Alejandra ya era un hombre mayor que pintaba canas en sus sienes y la experiencia de los años no pasaron en vano. Él conocía sobre la relación de Alejandra y Bernardo, pero prefería cargar el peso de las apariencias y no el de los cuernos. También sabía, producto de sus tres matrimonios anteriores, que la incapacidad de no tener hijos era su responsabilidad y no de sus exparejas.

Fruto de la relación secreta y el amor, en junio de mil ochocientos ochenta y cuatro, Alejandra quedó embarazada. Ella confrontó a su esposo y trato de huir al lado de Bernardo a San José. Pero él, aunque no aprobaba lo ocurrido, propuso a Alejandra criar al hijo como suyo, evitando un escándalo que arruinaría la carrera del Teniente Guardia. Después de esto, Alejandra no volvió a tener contacto con Bernardo.

Desde entonces, era común escuchar los rumores que corrían en los pasillos de la sociedad alajuelense sobre el hijo bastardo de la estirpe Guardia.


—No envejeces, Bernardo. Sigues siendo el mismo joven y apuesto soldado.

—¿Qué hay contigo? ¿Sigues casada?

—Se mantiene. Mi esposo como siempre, frío y aburrido —contestó Alejandra con desgana—, ¿Y que hay contigo, ya te casaste?

—No, aún no, pero espero que pronto.

—Entonces ya tienes una candidata —soltó Alejandra de un modo crítico—, ¿la conozco?

—Hmm… creo que sí la conoces —titubeo Bernardo antes de continuar—. Alejandra, lamento como terminó lo nuestro, discúlpame por todo el daño que te hice— agregó a la conversación.

—Nunca me hiciste daño, Bernardo —lanzó la hermosa mujer de cabello rizado—. Me hiciste feliz… y me sigues haciendo feliz —repuso, mirando a Bernardo fijamente con lágrimas en los ojos.

—¿Cómo está…? —trató de preguntar, pero su voz se apagó.

—Alejandro está muy bien, Bernardo.

—¡ATENCIÓN!

En ese momento, dos soldados se presentaban en la entrada de la lujosa mansión para anunciar la llegada del Presidente Rodríguez al flamante evento.

—Damas, caballeros, el Excelentísimo Señor Presidente, Don José Joaquín Rodríguez Zeledón, su señora esposa, Doña Luisa Alvarado Murillo y su hija, la señorita Manuela Rodríguez Alvarado —anunció uno de los militares.

Los presentes a modo de cortesía, realizaron un medio círculo frente a la entrada para recibir al mandatario y su familia con enérgicos aplausos. En tanto, Bernardo se separó de Alejandra para ir en busca de Rafael, quien se encontraba en otro salón con los demás Secretarios.

—Secretario Yglesias, Don José Joaquín acaba de llegar al baile.

—¡Oh, gracias Teniente! —expresó el Ministro—. Señores, vamos a recibir al Presidente.

Todo el gabinete presente comenzó a retornar al salón principal de la Residencia Fernández. Antes de salir, Rafael detuvo a Bernardo sosteniéndolo de su brazo para interrogarlo a solas.

—Bernardo, ¿Quién acompaña al Presidente?

—Su esposa y la señorita Manuela, ¿Por qué lo preguntas?

—Sólo quería saber, gracias —apuntó Rafael—. Bernardo, me preocupa mi madre, ¿podrías ir a verla un momento a la casa? —agregó con preocupación—, no está muy lejos.

—Rafael, no debes preocuparte por ella. Dejé dos soldados para su cuidado, uno de ellos es un Sargento. está bien protegida.

—Está bien, te lo agradezco…

Al incorporarse a la presentación y discurso que estaba pronunciando el Presidente, los dos hombres se posicionaron en la parte del frente de la multitud para escuchar las palabras.

—¡Bernardo, Bernardo! —pronunció Rafael en un leve murmullo.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—Sabes lo mucho que te quiero, eres como mi hermano y jamás desearía un mal para ti —comentó el Secretario de Guerra—, pero hay algo que debo decirte.

—¿De qué me estás hablando, Rafael? ¿Qué tienes?

—Pues…

En ese momento, el Presidente de la República de manera enérgica, pronunciaba unas palabras que destrozarían el corazón de Bernardo.

            —…Por esto, y con la mayor de mi felicidad, es de mi agrado anunciarles que mi hija, la Señorita Manuela, se encuentra comprometida con nuestro muy excelente Secretario de Guerra, el señor Rafael Yglesias Castro ¡Un aplauso por favor!

            Las personas presentes comenzaron a aplaudir de manera acalorada, mientras el salón se polarizaba observando a los futuros esposos. ¡Todos celebraban la unión!

Todos… excepto uno.

            Bernardo, con la mirada perdida, concentrado en la noticia que estaba recibiendo, se encontraba como si la muerte hubiese abrazado su alma. Mientras los políticos y empresarios llegaban para estrechar la mano del Secretario de Guerra, él permanecía inmóvil al lado del que hasta hace poco consideraba su amigo.

            —Bernardo, debemos hablar. Quiero que me escuches, porque…

            —¡Don Rafael! Acompáñenos en este momento —alzó la voz el Presidente—. Quiero verlo junto a su futura esposa para la fotografía oficial.

            Bernardo se marchó de allí. No quería saber nada de lo ocurrido esa trágica noche y el estúpido baile. Más que ver como la dueña de sus pensamientos se le escapaba de las manos y le partía el corazón, lo que verdaderamente le dolía era ver quién fue su ladrón.

El joven Teniente caminó deambulando por las calles de la capital durante un tiempo antes de ser interceptado por el Secretario de Guerra en su flamante coche.

            —Cochero, se puede retirar. Me iré caminando con el Oficial.

            El cochero acató la orden de Don Rafael y se retiró del sitio.  Ahora, los pasos de la Quinta Avenida se encontraban vacíos.

            —Bernardo ¡escúchame por favor!

            —¿Qué quieres que escuche? —balbuceó llorando el Teniente—, ¿qué mi mejor amigo se va a casar con la mujer que amo?

            —Bernardo…

            —Rafael, ¿Cómo pudiste? Sabías lo que sentía por ella, sabías que le iba a proponer matrimonio en la gala del día de mi cumpleaños.

            —Don José Joaquín me propuso la idea hace unos días —interrumpió el Ministro—, no sabía cómo decírtelo, perdóname por favor. Sabes que esta unión me beneficia en exceso para impulsar mi carrera política.

            —¿Es más importante esa maldita carrera que nuestra amistad? —lanzó detenidamente y con notorio enfado Bernardo— Vaya que he sido un completo estúpido, Rafael.

            —No quiero que te molestes, entiéndelo.

            —¿Sabes algo? Me duele desde lo profundo de mi corazón que seas la persona que me robó mis sueños e ilusiones… mi amigo, el que sabía todo lo que expresaba por Manuela… mi amigo, el que consideraba como un hermano… mi amigo, al que tanto amaba… Adiós, señor Secretario. Nos vemos mañana para que recoja las pertenencias que dejó en mi casa... 

Capítulo IV 🔜

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