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La Reliquia Boruca: Capítulo IX
16 de junio de 1896
Golfo Dulce, Puerto Arenitas y Santo
Domingo, zona sur de Costa Rica.
A primera hora de la mañana, el grupo de
expedición se encontraba en la cubierta, listo y a la espera de arribar a
tierra firme. Durante el trayecto, Walter Davies se encontraba dibujando el
borde de la Península de Osa en la parte interna del Golfo Dulce para los
archivos que debía entregar a sus superiores.
Los demás hombres esperaban pacientes,
apoyados en las barandillas del costado derecho de la embarcación, mientras los
demás pasajeros continuaban los cotilleos de lo ocurrido el día anterior.
Bernardo se encontraba absorto en sus
pensamientos, preguntándose qué les deparaba esta expedición. Al estar sumido
en su mente, recordó que había dejado una valija en la habitación, por lo que
se devolvió un tanto distraído.
Producto de su esparcimiento, tropezó con
una persona.
—Disculpe mi distracción —pronunció
Bernardo.
El Capitán Guardia al voltear y mirar a la
persona que golpeó, observó a una hermosa mujer de piel color canela y cabello castaño
muy oscuro.
—Mil disculpas, señorita —agregó Bernardo a
su defensa—. Me encontraba distraído.
—No se preocupe, señor, estoy bien. ¿i shój creraban̈?
—Perdóneme, no entendí.
La mujer entre risas repuso su comentario.
—Eso quiere decir ¿Cómo está? —respondió.
—Yo… yo estoy bien, gracias. Discúlpeme por
mi ignorancia, ¿señorita…?
—Clara. Mi nombre es Clara.
—Mi nombre es Bernardo, mucho gusto.
—El gusto es mío, señor Bernardo —expresó
la dama con una sonrisa que hacía más hermosas sus facciones y rasgaba aún más
sus oscuros ojos.
—¿Es usted de la zona, señorita Clara?
—Se puede decir que sí —respondió la
hermosa joven.
—¡Coshóv!
húauc —pronunció un hombre de amplia
estatura y de la misma etnia que Clara.
—Debo partir. Un gusto señor Bernardo, adiós.
—El gusto ha sido mío, Clara.
Al
mismo tiempo, Ramón Quesada se acercó a su Capitán, observando la hermosa dama
que se retiraba con su acompañante.
—Capitán, en cuanto a la prohibición de
fiestas, debería agregar damas.
Bernardo miró a su subordinado reprendiendo
el comentario y tornando hacia los dormitorios.
—Yo solo decía, señor.
El barco atracó pasadas las siete de la
mañana. El primero de la expedición en descender de la nave fue el soldado
Ureña, animado por llegar a tierra firme.
—No es que no me guste el mar, pero
prefiero la tierra.
Los funcionarios del Congreso se
encontraban asombrados por la zona en la que se encontraban. Sentían que se
ubicaban en una tierra lejana, en donde podrían aplicar todos sus conocimientos.
—Debemos llevar algo de acá a San José,
aunque sea un buen artículo de esta zona, Don Guillermo.
Entre tanto, Walter, Bernardo y Ramón
bajaban sus pertenencias hablando sobre las tareas que debían realizar para
atender la misión.
—Mayor, ¿qué debemos hacer nosotros para su
misión?
—Ramón, lo único es cuidar que no me pase
nada malo.
—¿A dónde debemos ir primero? —preguntó
Bernardo.
—Primero debo conocer esta zona —respondió
Walter—, también debo ir a un lugar llamado Golfito, después, me gustaría
conocer la parte interna. ¿Les parece si vamos a los pueblos indígenas?
—Walter, es un poco riesgoso ir —indicó
Bernardo—. Recuerda que ahí es de donde era Hilario González.
—Tienes razón, mi amigo —expresó Walter—.
Pero recuerda que debo investigar la situación social de la zona y ello incluye
los pueblos nativos.
—Si es lo que quieres, pues vamos —dijo
Bernardo un poco serio.
Llegando a la salida del puerto, varias
carretas se encontraban a la espera de los pasajeros de la embarcación para transportarlos
al pueblo cercano, Santo Domingo.
—¿En esto es lo que nos vamos a ir?
—pronunció Tarnat con desagrado— No son ni caballos lo que avivan a estos
armatostes.
—Deje el drama, Don Braulio —expresó
Bernardo—. Además, ¿qué esperaba? ¿Un carruaje descapotable con un cochero
vestido en saco y lavalliére?
—Me gustaría ir delante con el carretero,
Capitán —solicitó Ramón—. ¿Me lo permite?
—Sí, Sargento. Lleve su rifle al lado,
cargado y alimentado.
—A la orden, señor.
La zona era completamente rural. Durante el
trayecto, únicamente se vislumbraban fincas ganaderas y campos de cultivo a los
lados de la calzada hecha de piedras y tierra. Walter se encontraba emocionado.
No habló durante el trayecto, únicamente se dedicó a escribir y dibujar lo que
observaba.
Andrés por su parte, se encontraba a gusto
con el paisaje y explicaba a Walter la raza de ganado en cada sector y los
sembradíos que se encontraban brotando antes de ser cosechados. Bernardo en
tanto, no dejaba de pensar en la joven que conoció en la embarcación. Llevaba
mucho tiempo de no apreciar la belleza femenina ni contemplar la posibilidad de
estar con una dama.
—Bien, hemos llegado —avisó el carretero—,
Santo Domingo de Osa.
—Por fin —expresó Tarnat—, ya no soportaba
un segundo más en este artefacto improvisado y jalado por mulas.
—Vamos a registrarnos en el hotel y después
nos presentamos ante las instancias gubernamentales de la zona. —indicó
Bernardo.
El pueblo de Santo Domingo era, al igual
que toda la zona, un centro en medio desarrollo. Sus casi seiscientos
habitantes se dedicaban en su mayoría a labores de pesca, caza y trabajos
agrícolas. Pequeñas casas hechas en madera y caminos empolvados casi en una
tonalidad rojiza era lo que mayoritariamente se apreciaba.
El hotel no era mucho menos vistoso. La
edificación de dos pisos en retablo pintado de celeste, apreciaba que la
estadía no iba a ser del agrado de Braulio Tarnat.
—Sólo esto me faltaba. Espero que mínimo
tengan baños.
—Primero nos presentamos ante el
gobernador, Don Braulio —expresó Bernardo.
Los hombres se instalaron en habitaciones
dobles. Walter y Bernardo acordaron compartir el dormitorio, Don Braulio no muy
a gusto, aceptó dormir con su asistente. Por último, Ramón y Andrés quedaron
sin opciones y aceptaron la disposición.
—Ureña, sabes que ronco mucho en las
noches.
—Dios mío, ¿porqué con él?
Los hombres se acomodaron en sus aposentos
y bajaron rápidamente a la recepción del hotel para marchar hasta la sucursal
de la gobernación. En el trayecto, comentaron historias superficiales sobre sus
trabajos y anécdotas de sus vidas. Guillermo como siempre, no opinaba para no
ser interrumpido por su jefe.
Al ver la bandera de la República en un
edificio color blanco con azul, confirmaron que se encontraban frente a la institución
estatal.
—Señores, esta es la Delegación
gubernamental —indicó Tarnat.
Dentro de la edificación, fueron recibidos
por Don Álvaro Fernández, gobernador de Santo Domingo y por el Capitán Fulvio García,
delegado militar de la zona.
—Es un placer recibirlos señores, un gusto
—saludó con agrado Don Álvaro.
—Gracias Don Álvaro —agregó su comentario
Bernardo—. Supongo que debe saber qué hacemos en la zona.
—Me llegó una carta del General Juan Quirós
hace poco —habló Álvaro—. Por mi parte lo único que debo decir es que son
bienvenidos a la zona.
—¿Cómo ha estado la situación de la muerte
de Hilario por el pueblo? —preguntó Walter un tanto preocupado.
—Mayor Davies, por eso no debe preocuparse
acá —respondió el Capitán García—. La mayor parte de la población no está muy
al tanto de la problemática. Sin embargo, adentrándose más al norte, en las
llanuras del Térraba, la población si se encuentra un poco hostil hacia los
extranjeros.
—Si gusta, señor Davies, podemos poner a
dos soldados a su disposición para que los apoyen en sus diligencias —aportó el
Gobernador.
—Es muy amable, Don Álvaro —irrumpió
Bernardo—. Pero no queremos quitarle militares a la zona.
—Agradezco su comprensión, Capitán Guardia
—expresó García—. Acá solo hay cinco soldados para la protección del pueblo.
—Don Álvaro —intervino Tarnat—, ¿Sabe si ha
habido informes sobre descubrimientos antropológicos en la zona?
—Si se refiere a las huacas, no señor. Por lo general, las personas que encuentran tumbas
de indígenas prehispánicos no informan sobre sus descubrimientos y conservan
los hallazgos.
—Entiendo —desistió Tarnat—. Es una lástima
que las personas no entreguen sus hallazgos al estado, se pierde información de
muy alto valor patrimonial.
—Si no les podemos ayudar en más, nos despedimos
—habló el Gobernador, quien recogía su sombrero—, debemos partir hacia el
puerto para recibir en el barco nocturno al nuevo funcionario sanitario de la
zona. Me parece increíble el desarrollo de este gobierno en cuanto al interés
de prestar servicios médicos a cada rincón del país.
—Su Presidente es una persona muy
visionaria, señor —expresó Walter animosamente—, tengan un muy buen día.
Retornando a la posada, las pláticas
insípidas no se hicieron presentes, solo pequeños comentarios de Andrés sobre
las casas y sus pobladores, asimilando las condiciones como la propia, vivida
en su infancia.
Llegando al hotel, los parpados de Bernardo
se abrieron lo más que su morfología le permitió al ver a la señorita que
anteriormente conoció en el barco de vapor. Para disimular un tanto, dejó que
sus compañeros se adelantaran un poco a él y así tener unos minutos a solas con
su nueva conocida.
—Parece que nos volvemos a encontrar,
señorita Clara —enunció Bernardo—, ¿Se va a quedar en el Hotel?
—Solo por hoy, señor Bernardo —respondió la
joven nativa—, mañana debo partir a otro sitio.
—Nosotros estaremos hasta mañana también.
¿A dónde va? Si puedo saber.
—¿Siempre pregunta tanto, señor Bernardo?
—repuso la joven, nuevamente riendo y haciendo derretir la mirada de Bernardo.
—Sólo cuando me interesa el asunto,
señorita Clara.
—Vamos a los pueblos cercanos para realizar
babán̈ca —indicó, ruborizada—.
Significa hacer intercambios o trueque,
como se le conoce en la zona.
Bernardo admiraba la belleza de la joven
Clara y su interés por ella aumentaba cada vez que pronunciaba palabras
extrañas para él. Aunque no lo notaba, la expresión risueña se apreciaba en su
rostro cada vez que la nativa hablaba.
—Debo ir a mi habitación, señor Bernardo.
—¿Nos veremos en la cena?
—¿Me está invitando, señor?
—Sí señorita… Si su acompañante no le
incomoda.
A las espaldas de Clara, el grande y
robusto hombre que acompañaba a la señorita se encontraba de brazos cruzados,
observando con recelo el comportamiento de Bernardo hacia ella. Clara tornó su
cabeza para contemplar al enorme sujeto que la escoltaba.
—No le hagas caso, es solo mi… mi… ¿escolta?
¿así lo llaman? —expresó confundida Clara— No tenemos palabra para expresarlo
en nuestra lengua.
—¿A las seis está bien? —preguntó Guardia.
—A las seis es perfecto. Nos vemos, señor
Bernardo.
En la habitación, Bernardo no podía ocultar
la felicidad que se le desbordaba en sus facciones. No le dio tiempo a Walter
de preguntar si tenía mapas de la zona o debía volver para solicitarlos a la gobernación.
—Bernardo, ¿Quién es la dama que roba tanto
suspiro?
—Walter, se llama Clara y es preciosa.
—Ella me recuerda a mi amada esposa, Ursala
—opinó Walter—. Creo que tenemos otra cosa en común, mi amigo, el gusto por el
mismo tipo de mujeres.
—No es muy profesional mezclar asuntos personales
en una misión del Estado —continuó Bernardo—, pero la invité a cenar esta noche.
—No te preocupes por nada, mi amigo
—expresó Walter—, yo distraigo a los muchachos para que no interrumpan la velada.
Pero primero, ve a la tina, ¡stinks like
a pig!
Antes de la cena, todos los expedicionarios
se encontraban en el salón principal del hotel, leyendo revistas o jugando a
los dardos. En tanto, Bernardo se encontraba decidiendo que atuendo debía
utilizar para la cena que tendría con Clara.
—¿El uniforme de gala será muy atrevido?
No, mejor utilizo algo más adecuado.
Bernardo decidió utilizar un traje más
informal. Su traje beige y una camisa blanca de algodón era lo más adecuado
para el clima húmedo de la zona. Al terminar de vestirse, se dirigió a la
recepción en donde esperaría a su acompañante.
Esperó unos minutos sentado en uno de los
sofás que se encontraban distribuidos circularmente en la habitación,
observando el momento en que Clara bajara las gradas del hotel que provenían
del segundo piso.
Al escuchar el crujido de las maderas de
las escaleras, se levantó sereno y se postró frente a la parte final de los escalones.
—Buenas tardes, señorita Clara.
—Buenas tardes, señor Bernardo.
—Solo dime Bernardo, por favor.
—Está bien, Bernardo.
Clara lucia espectacular. Su vestido
estético blanco con mangas estilo de cordero, resaltaban la hermosa figura de
su cuerpo, pero la mejor cualidad que notó Bernardo fue su hermoso cabello
marrón oscuro, suelto y un poco ondulado por el uso de una colilla en horas de
la mañana. Al sonreír, unos finos labios presionaban las mejillas y exponían
unos hermosos hoyuelos, al tiempo que sus extravagantes ojos se rasgaban aún
más de lo que ya eran, distrayendo por completo la atención del Capitán.
—Se ve hermosa, Clara —suspiró Bernardo.
—Gracias. También luce muy apuesto,
Bernardo —repuso Clara—. Debo decirle que mi escolta estará presente durante la
cena, ¿no le importa? —adicionó a su conversación.
—Seguro, no hay problema —expresó Bernardo,
disimulando su incomodidad.
—Bien, ¿vamos al comedor?
Bernardo, Clara y su acompañante se
posicionaron en una de las mesas centrales del salón. La conversación no se
ausentó desde un principio. Bernardo estuvo platicando sobre su vida y el
servicio militar. Por su parte, Clara comentaba como fue su niñez y lo que hacía
en su pueblo. El acompañante de la Boruca, no expresó sentimiento alguno ni
comentó durante la cena.
—¿Por qué él la acompaña, Clara? —preguntó
Bernardo.
—Mi familia lo asignó para protegerme
—respondió Clara—. Es peligroso para una dama andar sola en una tierra ajena.
Por lo menos así piensan en mi pueblo.
—¿Y el caballero presente tiene nombre?
—preguntó Bernardo al escolta de Clara.
—…
El fornido hombre no expresó palabra
alguna, únicamente un gesto de desaprobación.
—Su nombre es Eustolio, pero en el pueblo
lo llamamos Bóc Shuán̈ —respondió
Clara—, significa Ceniza.
—¿Y cómo te llaman en Brunka? —preguntó
interesado Bernardo
—Coshóv.
Ese es mi nombre.
—¿Significa algo?
—No, es un nombre de pila, no tiene significado.
—¿Qué hacías en Puntarenas? —cambió el tema
Bernardo.
—Venía de un viaje desde Nicoya —respondió
nuevamente Clara—. Me encontraba atendiendo una situación de mi pueblo.
—Parece que eres importante, Clara —expresó
Bernardo—. ¿Qué hacías allá?
—Son solo asuntos culturales —habló Clara—,
no es de importancia.
—Para mí, lo que tiene que ver contigo es
de mucha importancia —expresó Bernardo decidido y agarrando la mano de Clara—.
Me gustaría conocer más.
—¿Me está cortejando, Bernardo? —expresó
Clara sonrojada, mientras quitaba su mano de la de Bernardo.
Bernardo retrajo su mano y se recostó en su
silla, no quería que Clara pensara que deseaba tener solo una pequeña aventura
de una noche.
—No es eso, discúlpame. Sólo que cada vez
que escucho su voz y veo ese rostro, algo me impulsa a seguir a su lado y saber
más sobre su vida. Es muy tonto, pero me gusta estar contigo, Clara.
—A mí también me gusta estar contigo,
Bernardo.
— sívcua.
—expresó Eustolio.
—
¡Bóc Shuán̈!
—¿Qué dijo? —preguntó confundido Bernardo.
Clara comenzó a reírse. Solo tuvo la
cortesía de indicar que era referencia al color de la piel de Bernardo.
Acabada la cena, Bernardo, Clara… y Ceniza, marcharon a la entrada del hotel
para continuar la conversación. Después de un tiempo, Clara anunció que debía
ir a descansar.
—Debo ir a dormir, Bernardo. Mañana será un
largo viaje.
—Yo también debo ir a descansar —agregó
Bernardo—. Mañana me depara una agotadora jornada por la zona.
—Ha sido un verdadero placer conocerlo,
Capitán Guardia.
—Clara, ¿nos volveremos a ver? —preguntó
Bernardo.
—Es muy probable que nos volvamos a
encontrar en el camino —indicó Clara, expresando el deseo de volver a cruzar
destinos.
—Buenas noches, Clara, buenas noches,
Eustolio.
—Buenas noches, sívcua. —expresó el escolta riendo.
—Clara, ¿Por qué no me dijiste que sabía
español?
—Bernardo, somos apegados a nuestra
cultura, pero no quiere decir que seamos unos ermitaños y no hablemos español
—expuso Clara mientras reía de la situación.
Clara y Eustolio se retiraron al interior
del hotel. Bernardo, recostado en las barandas de la entrada, se quedó
maravillado por la hermosa noche que tuvo con Clara, pensando absorto en donde
tenía su cabeza al interesarse en una joven de una tierra remota a su hogar.
Pero todas sus dudas se apagaron al ver salir a Clara nuevamente del hotel.
—Bernardo, no quiero que pienses que soy
una mujer fácil. Tampoco deseo que mi compañía haya interferido en los planes
que….
Bernardo interrumpió las palabras de Clara
sujetándola con su brazo derecho de su cintura y dándole un pequeño beso en sus
labios.
—No pienso nada malo tuyo, Clara —murmuró
Bernardo—. Ve con Eustolio, antes de que de vuelta y comience un problema.
Capítulo X 🔜
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