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Ceol de Wessex: Un Rey Muy Breve en la Crónica Sajona

丨 Retrato imaginario del Ceol de Wessex. IMAGEN MARVALEOD. Hola a todos. El día de hoy vamos a centrarnos en un personaje misterioso y poco documentado de la historia anglosajona: Ceol de Wessex . A diferencia de otros reyes de su tiempo, encontrar información sobre él ha resultado muy difícil, lo que convierte a este artículo en uno de los más breves de nuestro blog. ¿Quién fue Ceol? Ceol, también conocido como Ceola o Ceolric , es mencionado en dos fuentes clave: la Crónica anglosajona y la Lista genealógica y real de los sajones occidentales. Ambas lo presentan como rey de Wessex durante un período que oscila entre cinco y seis años. Dependiendo de la fuente, su reinado se habría desarrollado entre los años 592 y 597 , o entre 588 y 594 . ¿Existió realmente? La historicidad de Ceol ha sido cuestionada por varios historiadores, especialmente por David Dumville , quien subraya lo débil que es la evidencia documental sobre él. Ninguna de las fuentes que lo mencionan parece contemporán...

La Reliquia Boruca: Capítulo IX


16 de junio de 1896


Golfo Dulce, Puerto Arenitas y Santo Domingo, zona sur de Costa Rica.

 

A primera hora de la mañana, el grupo de expedición se encontraba en la cubierta, listo y a la espera de arribar a tierra firme. Durante el trayecto, Walter Davies se encontraba dibujando el borde de la Península de Osa en la parte interna del Golfo Dulce para los archivos que debía entregar a sus superiores.

Los demás hombres esperaban pacientes, apoyados en las barandillas del costado derecho de la embarcación, mientras los demás pasajeros continuaban los cotilleos de lo ocurrido el día anterior.

Bernardo se encontraba absorto en sus pensamientos, preguntándose qué les deparaba esta expedición. Al estar sumido en su mente, recordó que había dejado una valija en la habitación, por lo que se devolvió un tanto distraído.

Producto de su esparcimiento, tropezó con una persona.

—Disculpe mi distracción —pronunció Bernardo.

El Capitán Guardia al voltear y mirar a la persona que golpeó, observó a una hermosa mujer de piel color canela y cabello castaño muy oscuro.

—Mil disculpas, señorita —agregó Bernardo a su defensa—. Me encontraba distraído.

—No se preocupe, señor, estoy bien. ¿i shój creraban̈?

—Perdóneme, no entendí.

La mujer entre risas repuso su comentario.

—Eso quiere decir ¿Cómo está? —respondió.

—Yo… yo estoy bien, gracias. Discúlpeme por mi ignorancia, ¿señorita…?

—Clara. Mi nombre es Clara.

—Mi nombre es Bernardo, mucho gusto.

—El gusto es mío, señor Bernardo —expresó la dama con una sonrisa que hacía más hermosas sus facciones y rasgaba aún más sus oscuros ojos.

—¿Es usted de la zona, señorita Clara?

—Se puede decir que sí —respondió la hermosa joven.

—¡Coshóv! húauc —pronunció un hombre de amplia estatura y de la misma etnia que Clara.

—Debo partir. Un gusto señor Bernardo, adiós.

—El gusto ha sido mío, Clara.

Al mismo tiempo, Ramón Quesada se acercó a su Capitán, observando la hermosa dama que se retiraba con su acompañante.

—Capitán, en cuanto a la prohibición de fiestas, debería agregar damas.

Bernardo miró a su subordinado reprendiendo el comentario y tornando hacia los dormitorios.

—Yo solo decía, señor.

 

El barco atracó pasadas las siete de la mañana. El primero de la expedición en descender de la nave fue el soldado Ureña, animado por llegar a tierra firme.

—No es que no me guste el mar, pero prefiero la tierra.

Los funcionarios del Congreso se encontraban asombrados por la zona en la que se encontraban. Sentían que se ubicaban en una tierra lejana, en donde podrían aplicar todos sus conocimientos.

—Debemos llevar algo de acá a San José, aunque sea un buen artículo de esta zona, Don Guillermo.

Entre tanto, Walter, Bernardo y Ramón bajaban sus pertenencias hablando sobre las tareas que debían realizar para atender la misión.

—Mayor, ¿qué debemos hacer nosotros para su misión?

—Ramón, lo único es cuidar que no me pase nada malo.

—¿A dónde debemos ir primero? —preguntó Bernardo.

—Primero debo conocer esta zona —respondió Walter—, también debo ir a un lugar llamado Golfito, después, me gustaría conocer la parte interna. ¿Les parece si vamos a los pueblos indígenas?

—Walter, es un poco riesgoso ir —indicó Bernardo—. Recuerda que ahí es de donde era Hilario González.

—Tienes razón, mi amigo —expresó Walter—. Pero recuerda que debo investigar la situación social de la zona y ello incluye los pueblos nativos.

—Si es lo que quieres, pues vamos —dijo Bernardo un poco serio.

 

Llegando a la salida del puerto, varias carretas se encontraban a la espera de los pasajeros de la embarcación para transportarlos al pueblo cercano, Santo Domingo.

—¿En esto es lo que nos vamos a ir? —pronunció Tarnat con desagrado— No son ni caballos lo que avivan a estos armatostes.

—Deje el drama, Don Braulio —expresó Bernardo—. Además, ¿qué esperaba? ¿Un carruaje descapotable con un cochero vestido en saco y lavalliére?

—Me gustaría ir delante con el carretero, Capitán —solicitó Ramón—. ¿Me lo permite?

—Sí, Sargento. Lleve su rifle al lado, cargado y alimentado.

—A la orden, señor.

 

La zona era completamente rural. Durante el trayecto, únicamente se vislumbraban fincas ganaderas y campos de cultivo a los lados de la calzada hecha de piedras y tierra. Walter se encontraba emocionado. No habló durante el trayecto, únicamente se dedicó a escribir y dibujar lo que observaba.

Andrés por su parte, se encontraba a gusto con el paisaje y explicaba a Walter la raza de ganado en cada sector y los sembradíos que se encontraban brotando antes de ser cosechados. Bernardo en tanto, no dejaba de pensar en la joven que conoció en la embarcación. Llevaba mucho tiempo de no apreciar la belleza femenina ni contemplar la posibilidad de estar con una dama.

—Bien, hemos llegado —avisó el carretero—, Santo Domingo de Osa.

—Por fin —expresó Tarnat—, ya no soportaba un segundo más en este artefacto improvisado y jalado por mulas.

—Vamos a registrarnos en el hotel y después nos presentamos ante las instancias gubernamentales de la zona. —indicó Bernardo.

El pueblo de Santo Domingo era, al igual que toda la zona, un centro en medio desarrollo. Sus casi seiscientos habitantes se dedicaban en su mayoría a labores de pesca, caza y trabajos agrícolas. Pequeñas casas hechas en madera y caminos empolvados casi en una tonalidad rojiza era lo que mayoritariamente se apreciaba.

El hotel no era mucho menos vistoso. La edificación de dos pisos en retablo pintado de celeste, apreciaba que la estadía no iba a ser del agrado de Braulio Tarnat.

—Sólo esto me faltaba. Espero que mínimo tengan baños.

—Primero nos presentamos ante el gobernador, Don Braulio —expresó Bernardo.

Los hombres se instalaron en habitaciones dobles. Walter y Bernardo acordaron compartir el dormitorio, Don Braulio no muy a gusto, aceptó dormir con su asistente. Por último, Ramón y Andrés quedaron sin opciones y aceptaron la disposición.

—Ureña, sabes que ronco mucho en las noches.

—Dios mío, ¿porqué con él?

 

Los hombres se acomodaron en sus aposentos y bajaron rápidamente a la recepción del hotel para marchar hasta la sucursal de la gobernación. En el trayecto, comentaron historias superficiales sobre sus trabajos y anécdotas de sus vidas. Guillermo como siempre, no opinaba para no ser interrumpido por su jefe.

Al ver la bandera de la República en un edificio color blanco con azul, confirmaron que se encontraban frente a la institución estatal.

—Señores, esta es la Delegación gubernamental —indicó Tarnat.

Dentro de la edificación, fueron recibidos por Don Álvaro Fernández, gobernador de Santo Domingo y por el Capitán Fulvio García, delegado militar de la zona.

—Es un placer recibirlos señores, un gusto —saludó con agrado Don Álvaro.

—Gracias Don Álvaro —agregó su comentario Bernardo—. Supongo que debe saber qué hacemos en la zona.

—Me llegó una carta del General Juan Quirós hace poco —habló Álvaro—. Por mi parte lo único que debo decir es que son bienvenidos a la zona.

—¿Cómo ha estado la situación de la muerte de Hilario por el pueblo? —preguntó Walter un tanto preocupado.

—Mayor Davies, por eso no debe preocuparse acá —respondió el Capitán García—. La mayor parte de la población no está muy al tanto de la problemática. Sin embargo, adentrándose más al norte, en las llanuras del Térraba, la población si se encuentra un poco hostil hacia los extranjeros.

—Si gusta, señor Davies, podemos poner a dos soldados a su disposición para que los apoyen en sus diligencias —aportó el Gobernador.

—Es muy amable, Don Álvaro —irrumpió Bernardo—. Pero no queremos quitarle militares a la zona.

—Agradezco su comprensión, Capitán Guardia —expresó García—. Acá solo hay cinco soldados para la protección del pueblo.

—Don Álvaro —intervino Tarnat—, ¿Sabe si ha habido informes sobre descubrimientos antropológicos en la zona?

—Si se refiere a las huacas, no señor. Por lo general, las personas que encuentran tumbas de indígenas prehispánicos no informan sobre sus descubrimientos y conservan los hallazgos.

—Entiendo —desistió Tarnat—. Es una lástima que las personas no entreguen sus hallazgos al estado, se pierde información de muy alto valor patrimonial.

—Si no les podemos ayudar en más, nos despedimos —habló el Gobernador, quien recogía su sombrero—, debemos partir hacia el puerto para recibir en el barco nocturno al nuevo funcionario sanitario de la zona. Me parece increíble el desarrollo de este gobierno en cuanto al interés de prestar servicios médicos a cada rincón del país.

—Su Presidente es una persona muy visionaria, señor —expresó Walter animosamente—, tengan un muy buen día.

 

Retornando a la posada, las pláticas insípidas no se hicieron presentes, solo pequeños comentarios de Andrés sobre las casas y sus pobladores, asimilando las condiciones como la propia, vivida en su infancia.

Llegando al hotel, los parpados de Bernardo se abrieron lo más que su morfología le permitió al ver a la señorita que anteriormente conoció en el barco de vapor. Para disimular un tanto, dejó que sus compañeros se adelantaran un poco a él y así tener unos minutos a solas con su nueva conocida.

 

—Parece que nos volvemos a encontrar, señorita Clara —enunció Bernardo—, ¿Se va a quedar en el Hotel?

—Solo por hoy, señor Bernardo —respondió la joven nativa—, mañana debo partir a otro sitio.

—Nosotros estaremos hasta mañana también. ¿A dónde va? Si puedo saber.

—¿Siempre pregunta tanto, señor Bernardo? —repuso la joven, nuevamente riendo y haciendo derretir la mirada de Bernardo.

—Sólo cuando me interesa el asunto, señorita Clara.

—Vamos a los pueblos cercanos para realizar babán̈ca —indicó, ruborizada—. Significa hacer intercambios o trueque, como se le conoce en la zona.

Bernardo admiraba la belleza de la joven Clara y su interés por ella aumentaba cada vez que pronunciaba palabras extrañas para él. Aunque no lo notaba, la expresión risueña se apreciaba en su rostro cada vez que la nativa hablaba.

—Debo ir a mi habitación, señor Bernardo.

—¿Nos veremos en la cena?

—¿Me está invitando, señor?

—Sí señorita… Si su acompañante no le incomoda.

A las espaldas de Clara, el grande y robusto hombre que acompañaba a la señorita se encontraba de brazos cruzados, observando con recelo el comportamiento de Bernardo hacia ella. Clara tornó su cabeza para contemplar al enorme sujeto que la escoltaba.

—No le hagas caso, es solo mi… mi… ¿escolta? ¿así lo llaman? —expresó confundida Clara— No tenemos palabra para expresarlo en nuestra lengua.

—¿A las seis está bien? —preguntó Guardia.

—A las seis es perfecto. Nos vemos, señor Bernardo.

 

En la habitación, Bernardo no podía ocultar la felicidad que se le desbordaba en sus facciones. No le dio tiempo a Walter de preguntar si tenía mapas de la zona o debía volver para solicitarlos a la gobernación.

—Bernardo, ¿Quién es la dama que roba tanto suspiro?

—Walter, se llama Clara y es preciosa.

—Ella me recuerda a mi amada esposa, Ursala —opinó Walter—. Creo que tenemos otra cosa en común, mi amigo, el gusto por el mismo tipo de mujeres.

—No es muy profesional mezclar asuntos personales en una misión del Estado —continuó Bernardo—, pero la invité a cenar esta noche.

—No te preocupes por nada, mi amigo —expresó Walter—, yo distraigo a los muchachos para que no interrumpan la velada. Pero primero, ve a la tina, ¡stinks like a pig!

 

Antes de la cena, todos los expedicionarios se encontraban en el salón principal del hotel, leyendo revistas o jugando a los dardos. En tanto, Bernardo se encontraba decidiendo que atuendo debía utilizar para la cena que tendría con Clara.

—¿El uniforme de gala será muy atrevido? No, mejor utilizo algo más adecuado.

Bernardo decidió utilizar un traje más informal. Su traje beige y una camisa blanca de algodón era lo más adecuado para el clima húmedo de la zona. Al terminar de vestirse, se dirigió a la recepción en donde esperaría a su acompañante.

Esperó unos minutos sentado en uno de los sofás que se encontraban distribuidos circularmente en la habitación, observando el momento en que Clara bajara las gradas del hotel que provenían del segundo piso.

Al escuchar el crujido de las maderas de las escaleras, se levantó sereno y se postró frente a la parte final de los escalones.

—Buenas tardes, señorita Clara.

—Buenas tardes, señor Bernardo.

—Solo dime Bernardo, por favor.

—Está bien, Bernardo.

Clara lucia espectacular. Su vestido estético blanco con mangas estilo de cordero, resaltaban la hermosa figura de su cuerpo, pero la mejor cualidad que notó Bernardo fue su hermoso cabello marrón oscuro, suelto y un poco ondulado por el uso de una colilla en horas de la mañana. Al sonreír, unos finos labios presionaban las mejillas y exponían unos hermosos hoyuelos, al tiempo que sus extravagantes ojos se rasgaban aún más de lo que ya eran, distrayendo por completo la atención del Capitán.

—Se ve hermosa, Clara —suspiró Bernardo.

—Gracias. También luce muy apuesto, Bernardo —repuso Clara—. Debo decirle que mi escolta estará presente durante la cena, ¿no le importa? —adicionó a su conversación.

—Seguro, no hay problema —expresó Bernardo, disimulando su incomodidad.

—Bien, ¿vamos al comedor?

 

Bernardo, Clara y su acompañante se posicionaron en una de las mesas centrales del salón. La conversación no se ausentó desde un principio. Bernardo estuvo platicando sobre su vida y el servicio militar. Por su parte, Clara comentaba como fue su niñez y lo que hacía en su pueblo. El acompañante de la Boruca, no expresó sentimiento alguno ni comentó durante la cena.

—¿Por qué él la acompaña, Clara? —preguntó Bernardo.

—Mi familia lo asignó para protegerme —respondió Clara—. Es peligroso para una dama andar sola en una tierra ajena. Por lo menos así piensan en mi pueblo.

—¿Y el caballero presente tiene nombre? —preguntó Bernardo al escolta de Clara.

—…

El fornido hombre no expresó palabra alguna, únicamente un gesto de desaprobación.

—Su nombre es Eustolio, pero en el pueblo lo llamamos Bóc Shuán̈ —respondió Clara—, significa Ceniza.

—¿Y cómo te llaman en Brunka? —preguntó interesado Bernardo

Coshóv. Ese es mi nombre.

—¿Significa algo?

—No, es un nombre de pila, no tiene significado.

—¿Qué hacías en Puntarenas? —cambió el tema Bernardo.

—Venía de un viaje desde Nicoya —respondió nuevamente Clara—. Me encontraba atendiendo una situación de mi pueblo.

—Parece que eres importante, Clara —expresó Bernardo—. ¿Qué hacías allá?

—Son solo asuntos culturales —habló Clara—, no es de importancia.

—Para mí, lo que tiene que ver contigo es de mucha importancia —expresó Bernardo decidido y agarrando la mano de Clara—. Me gustaría conocer más.

—¿Me está cortejando, Bernardo? —expresó Clara sonrojada, mientras quitaba su mano de la de Bernardo.

Bernardo retrajo su mano y se recostó en su silla, no quería que Clara pensara que deseaba tener solo una pequeña aventura de una noche.

—No es eso, discúlpame. Sólo que cada vez que escucho su voz y veo ese rostro, algo me impulsa a seguir a su lado y saber más sobre su vida. Es muy tonto, pero me gusta estar contigo, Clara.

—A mí también me gusta estar contigo, Bernardo.

vcua. —expresó Eustolio.

¡Bóc Shuán̈!

—¿Qué dijo? —preguntó confundido Bernardo.

Clara comenzó a reírse. Solo tuvo la cortesía de indicar que era referencia al color de la piel de Bernardo.

 

Acabada la cena, Bernardo, Clara… y Ceniza, marcharon a la entrada del hotel para continuar la conversación. Después de un tiempo, Clara anunció que debía ir a descansar.

—Debo ir a dormir, Bernardo. Mañana será un largo viaje.

—Yo también debo ir a descansar —agregó Bernardo—. Mañana me depara una agotadora jornada por la zona.

—Ha sido un verdadero placer conocerlo, Capitán Guardia.

—Clara, ¿nos volveremos a ver? —preguntó Bernardo.

—Es muy probable que nos volvamos a encontrar en el camino —indicó Clara, expresando el deseo de volver a cruzar destinos.

—Buenas noches, Clara, buenas noches, Eustolio.

—Buenas noches, vcua. —expresó el escolta riendo.

—Clara, ¿Por qué no me dijiste que sabía español?

—Bernardo, somos apegados a nuestra cultura, pero no quiere decir que seamos unos ermitaños y no hablemos español —expuso Clara mientras reía de la situación.

Clara y Eustolio se retiraron al interior del hotel. Bernardo, recostado en las barandas de la entrada, se quedó maravillado por la hermosa noche que tuvo con Clara, pensando absorto en donde tenía su cabeza al interesarse en una joven de una tierra remota a su hogar. Pero todas sus dudas se apagaron al ver salir a Clara nuevamente del hotel.

—Bernardo, no quiero que pienses que soy una mujer fácil. Tampoco deseo que mi compañía haya interferido en los planes que….

Bernardo interrumpió las palabras de Clara sujetándola con su brazo derecho de su cintura y dándole un pequeño beso en sus labios.

—No pienso nada malo tuyo, Clara —murmuró Bernardo—. Ve con Eustolio, antes de que de vuelta y comience un problema.


Capítulo X 🔜

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