La Reliquia Boruca: Capítulo XIII


22 de junio de 1896

 

Llanuras del Térraba, zona sur.

 

Diario Personal de Walter Davies

 

En el camino entre Golfito y Boruca.

            El trayecto ya casi llega a su fin. Durante todo este viaje, he podido dibujar los paisajes de las llanuras y el cauce del río Térraba, llamado por los Borucas como Dív Crív.

Dibujo de la zona.

            Eustolio me ha seguido dando clases de Brunka. El me llama cóscra, que significa roble. Dice que soy valiente al dejar a mi familia por tanto tiempo. Me alegra saber que, en esta tierra, donde me aconsejaban cuidarme, un hombre se acercó a mí hasta poder llamarlo yuac “amigo”, en su lengua.

Dibujo de Eustolio.

            Bernardo no se ha separado de Clara en ningún momento. Han compartido todo lo que el tiempo les ha permitido. Me comentó que en Boruca no va a poder estar cerca de ella por cuestiones sociales, situación que es entendible en todas las sociedades.

Dibujo de Bernardo y Clara.

            El señor Ramón y Andrés, se han acompañado mucho más este trayecto y han sido inseparables, opino que al viajar ellos dos en la carreta sin superiores, los ha acercado y forjado un buen lazo de amistad.

Dibujo de Ramón y Andrés.

            La opinión que tenía en un principio de Tarnat ha desaparecido. Conversé durante largas horas en neerlandés con él y conocí más de su historia y vida. Fue duro saber que su esposa e hijos fallecieron en un incendio en Bruselas, Bélgica hace poco más de dos años, y que esa fue una de las razones por las cuales decidió volver a su patria. Aunque es un poco engreído, su férrea idea de preservar la naturaleza hace que mi respeto se someta a sus ideas y expresiones hacia los demás. Puedo decir que, al hablar con él, encuentro a una persona interesante que puede entablar una conversación de cualquier tema culto y no mostrar la más mínima ignorancia.

            De Guillermo no tengo mucho que opinar. En los últimos días se ha comportado de manera extraña y ha estado más reservado de lo normal. Cada vez que se acerca a Clara o a Eustolio, únicamente realiza preguntas de su pueblo y se interesa por temas que a ellos no les gusta hablar. Dejo de escribir, las hojas del diario casi se acaban y debo guardarlas para los siguientes días.

 

—Ya estamos cerca —indicó Eustolio a Walter—. Yuac, cuando estemos llegando, no hables con nadie hasta que yo lo haga primero.

—Está bien, mi amigo.

—Señor Walter —expresó Clara—, cédame el espacio del frente, por favor.

—A sus órdenes, señorita Coshóv.

—Evita hablar nuestra lengua hasta que tengas un poco de confianza, yuac —indicó Eustolio a Walter.

 

Las carretas fueron llegando a un pueblo con montañas en sus alrededores. Varias casas cuadradas y rectangulares, dispersas en la zona y hechas con tablones y una especie de zacate en sus techos, se asomaban como pequeños puntos desde la perspectiva de los exploradores. A lo lejos, un hombre gritó unas palabras ilegibles, pero que hicieron que los habitantes salieran de sus viviendas.

Poco a poco, una multitud de personas se reunieron en lo que Walter y Bernardo consideraron el centro del pueblo.

Llegando al sitio, Eustolio nuevamente advirtió a sus compañeros no hablar sin antes ellos presentarlos.

—¡CoshóvBóc Shuán̈! —los recibía Caraí, el hermano de Clara— ¿Cómo les fue en su viaje?

La alegría de CaraíLucinio, no duro por mucho tiempo. Al ver las carretas, pudo observar extranjeros en ellas, especialmente el Oficial rubio. El modo de Lucinio cambió y comenzó una interrogación en su lengua nativa.

Coshov, puedes decirme, ¿quiénes son ellos y que hace un extranjero rubio en nuestro pueblo?

—Son unos hombres que vienen de parte de su gobierno, Caraí. Hacen un estudio de las tierras. El sujeto rubio es un invitado de ellos.

—Se deben ir de aquí inmediatamente —expresó Lucinio en un modo bastante irritado.

Sorevca, ¿puedo hablar por Coshov?

—Espero que tengas una mejor explicación que ella, Bóc Shúan̈.

—El extranjero rubio es un buen hombre. Viene de una tierra muy lejana donde tuvo que abandonar a su esposa e hijo. Ellos son como nosotros. Estuve hablando con él mucho tiempo, es un gran sujeto y valiente guerrero, nos ha protegido… Sorevca, él es mi amigo.

—Para que el hombre más fuerte y reservado de nuestro pueblo, haya tenido una muy buena impresión del extranjero debe decir mucho, supongo —expresó Lucinio ya un tanto calmado—, pero el consejo de mayores decidirá si ellos se quedan o se van. José, convoca a los sabios.

Sorevca era la forma de decir rey o cacique al líder del pueblo mucho antes de la llegada de los europeos a las tierras de los Borucas. El título ya se encontraba en desuso, pero se conservaba como tratamiento para los descendientes de los últimos soberanos. En su lugar, el pueblo era regido por un consejo de hombres mayores, ya ancianos, quienes decidían que era lo más recomendable para el pueblo Boruca.

Poco a poco, varios ancianos se fueron acercando a Clara y Eustolio, quienes comenzaban a relatar lo acontecido en los últimos días. Clara inició hablando de los costarricenses que defendieron el barco de un ataque de hombres armados y detuvieron a unos cazadores a punto de matar una familia de dantas. Eustolio habló por Walter y comentó que, a pesar de su apariencia, es parte de una tribu en su hogar, y de su lazo de amistad que los ha unido en los últimos días.

El consejo comenzó a exponer sus opiniones y analizar los argumentos de los dos Borucas.

Pasados unos minutos, los ancianos deliberaron.

—Mi niña, Eustolio, el consejo ha decidido —expresó José, miembro del concilio—. Los hombres se quedan, pero con la condición que dejen sus armas bajo nuestra custodia.

—Es la decisión del consejo y se respetará —agregó Lucinio expresando su voz a todo el pueblo—. Los extranjeros se quedarán.

—¡LOS MAYORES HAN HABLADO! —gritó el pueblo entero.

—Bóc Shúan̈, trae a los hombres para conocerlos —ordenó Lucinio.

—Sí, Sorevca.

 

Eustolio bajó a los miembros del equipo para presentarlos ante Lucinio y el consejo de mayores.

Al bajarse de la carreta, Bernardo no pudo dejar de hacer comparaciones entre Hilario y Lucinio.

Aunque era el gemelo de Clara, Lucinio era idéntico al hombre que Bernardo conoció aquel fatídico día. Su piel era como la de Clara, de estatura sobresaliente y un físico atlético. Su cabello oscuro era un tanto alargado, pero peinado hacia atrás, y en sus ojos rasgados se evidenciaba una desconfianza que era obvia.

—Lucinio, le presento a Walter y Bernardo —habló Eustolio—. Los hombres de atrás son Braulio, Ramón, Andrés y Guillermo. Ellos son enviados del Gobierno de Costa Rica.

—Es un gusto conocerlo, señor Lucinio —saludó Walter—. Vengo a realizar unos estudios en la zona.

—Un gusto, señor —expresó sin emociones Lucinio—. Sean bienvenidos a Boruca, pero les advierto que, para estar en nuestras tierras, deben entregar sus armas.

—Es un trato justo, señor —expresó Walter—. Señores, entreguen sus armas, por favor.

Los exploradores entregaron sus armas a José y Eustolio, quienes las transportaron a una casa que se encontraba en una de las partes más altas de la zona. En tanto, Lucinio llevó a los hombres a una estructura con techo, pero sin paredes y comenzó a realizar un interrogatorio para conocerlos.

Como era de esperar, Walter rápidamente empezó a ganar la confianza del líder, para después entablar conversaciones animosas. Por su parte, los habitantes de aquella tierra se acercaban a los demás hombres para hablar con ellos y conocerlos. No pasó mucho tiempo para que Andrés y Ramón comenzaran a jugar con los niños, Tarnat iniciara pláticas de la flora y fauna de la zona y Bernardo llamara la atención de las damas. Guillermo pasó desapercibido para la mayoría.

—Entonces, señor Walter, ¿es cierto que vive en un pueblo como nosotros? —preguntó Lucinio— ¿Se parece a nuestra tierra?

—Oh, no, señor Lucinio. De donde provengo es mucho más frío y hay hielo y nieve por todas partes.

Permiso señores.

José y Eustolio arribaron al sitio y se incorporaron a la conversación.

—He escuchado de la nieve, pero nunca la he visto —retomó la conversación Lucinio.

—Me gustaría que la conozca algún día —invitó Walter al líder Boruca—, pero quisiera que Eustolio la conozca primero. De hecho, ya lo invité a que vaya una temporada allá.

—Parece que pronto nos abandonará el poderoso Ceniza —expresó José—. Espero que no sea pronto.

—Señor Lucinio, quisiera saber algo. ¿Por qué hay personas que tienen nombres nativos y otros no? —preguntó Walter— Si no es una falta de respeto preguntarlo.

—Son tradiciones que se han ido perdiendo con los años, señor —respondió Lucinio—. En general, mi casa sigue utilizando nombres autóctonos y en otras ocasiones, se debe a motes o apodos que se han ganado por un suceso.

—Un ejemplo de ello es el de Eustolio —interrumpió José—. Bóc Shúa se lo ganó siendo él apenas un joven, quién comenzó una pelea con otros hombres del pueblo y a todos los derrotó. Al ganar, tomó un poco de ceniza de una fogata y se la pasó por su rostro. Más que un guerrero, parecía una ardilla, pero después de ese evento decidimos nombrarlo así.

Eustolio se ruborizó al ver que Walter conoció la historia de su sobrenombre, pero todos reían y disfrutaban de la historia que los acercaba aún más.

Clara tuvo un pequeño espacio para poder conversar con Bernardo. Con el pretexto de presentarle a los hijos de Hilario, la Boruca compartió un tiempo con el Capitán.

—Ellos son mis sobrinos, señor Bernardo —presentó Clara a los hijos de Hilario—. Él es Hilario, él Alfredo y esta pequeña hermosa se llama Isabel, como mi madre.

—Es un gusto conocerlos, pequeños. Mi nombre es Bernardo Guardia.

—¿Es cierto que es soldado, señor Bernardo? —preguntó Hilario.

—Así es, pequeño.

—Debo irme, señor Bernardo. Trata de hablar con mi hermano y los ancianos para que puedan conocerte —dijo Clara, mientras se retiraba de la estructura abierta—. Seguramente, nos veremos en la noche.

Bernardo siguió el consejo de Clara y se acercó a Walter y Lucinio, para tratar de comenzar una relación.

—Bernardo, ven a mi lado —expresó un animoso Walter—. Señor Lucinio, señor José, este hombre de acá, es la persona más valiente y amable que he conocido desde que llegué a Costa Rica. De todos los amigos que encontré en esta maravillosa tierra, debo decirles que él es el mejor.

—¿Más que yo, yuac? —preguntó victimizado Eustolio.

—Eustolio, no eres mi amigo, ¡eres mi hermano! —expresó riendo Walter.

—Increíble. En toda mi vida, nunca he visto a Eustolio tan afligido como hoy —indicó riendo José.

—Esta noche debemos hacer una celebración por la llegada de Coshov y Bóc Shúan̈ —ordenó Lucinio—. Están todos los vcuarójc invitados. Ahora, si nos disculpan, hay asuntos que el consejo debe tratar con Clara y Eustolio.

El equipo solicitó permiso al consejo de mayores para tomar unas fotografías con la cámara fotográfica del Congreso en frente de las viviendas y con sus habitantes. Posteriormente, fueron dirigidos a una casa destinada para visitas y así desprenderse de sus pertenencias. Después de ello, un Boruca llegó para llevarlos hasta una quebrada de agua en las cercanías del pueblo, para que así pudiesen bañarse y disfrutar de los destinos que poseía su tierra.

La cristalina agua emanando de una catarata que se esparcía en un estanque, acompañado de dos riscos a los laterales, producían un ambiente majestuoso, algo que Walter nunca antes había podido observar.

—Andrés, estamos en un paraíso —expresó Ramón.

—Sí que lo estamos, Ramón, perdón, Sargento.

—No estamos en servicio, mi amigo, ¡llámame como quieras!

—Debo decir que este lugar es algo místico, Don Guillermo —lanzó Braulio Tarnat—. Me relaja el espíritu y mejora mi ánimo.

—Eso parece, Don Braulio.

—Capitán, Mayor, acompáñenos —dijo Ramón—. El agua está perfecta.

Bernardo y Walter se acercaron a Ramón y a Andrés, quienes se encontraban en la parte más honda de la quebrada. En ella, se debían sumergir unos metros para tocar su fondo.

Bernardo por primera vez en el día, dejó de pensar en Clara y comenzó a disfrutar de la belleza de la zona.

—Capitán, yo sé que prohibió las fiestas, pero…

—Sargento, hoy se encuentra de licencia —interrumpió Bernardo a Ramón, conociendo cual era la pregunta que iba a lanzar— ¡Hoy se bebe!

—Mil gracias, Capitán —expresó emocionado— ¿Escuchaste eso Andrés? ¡hoy me libero!

—Tan bien que íbamos, Ramón —habló Andrés.

—No quiero un espectáculo, eso sí —ordenó Bernardo.

—No se preocupe, señor, sé comportarme —dijo Ramón Quesada con una sonrisa en el rostro.

—Bernardo, ¿has notado que Guillermo se encuentra más extraño de lo normal? —se acercó Walter para lanzar la pregunta.

—Sabes que he estado un poco distraído, Walter —indicó Bernardo—, pero si lo he notado. Actúa algo extraño.

—No me da buena espina —replicó Walter.

 

El equipo disfrutó el resto de la tarde en el agua. Al comenzar el atardecer, retornaron a sus aposentos y pronto comenzaron a vestir sus mejores galas.

La noche ofreció una espectacular vista del pueblo. Las alejadas casas con sus velas encendidas, brindaban la apariencia que sólo podía surgir de la imaginación, proveniente de una historia mágica sacada de un cuento de fantasía. Pequeños puntos en el firmamento, acompañaban a los exploradores que se familiarizaban con su nueva estancia y les ofrecían la iluminación perfecta para conectarse con aquella remota tierra y su fascinante pueblo.

No fue necesario un recibimiento. Los Borucas ya se encontraban animados, bailando y disfrutando de la música producida por tambores, guitarras, trompetas y maracas. Los movimientos de los habitantes eran extraños para todos, incluso para Ramón que se familiarizaba más con los ambientes festivos.

Hombres y mujeres disfrutaban por igual, no había distinción de sexos cuando la algarabía se presentaba en el pueblo de Boruca. Al ingresar a lo que Bernardo asemejaba a un palenque, el equipo fue recibido por varias mujeres, entre ellas Clara, quienes no dudaron en tomarlos de las manos y llevarlos hasta la zona donde bailaban.

—Clara, ¿Lucinio no se molestará por esto?

—Esta noche es de fiesta, Bernardo. Hoy nadie se preocupa por nada.

Todos los exploradores comenzaron a bailar, incluido Tarnat que lo hacía torpemente; pero el asombro de todos se lo llevó Walter, a quién sus compañeros suponían un pésimo bailarín.

Pronto lo vieron luciendo unos pasos de baile extraordinarios.

—¿De dónde sacó esos pasos prohibidos, Mayor? —preguntó Andrés asombrado.

—¡Oh, boy! Aprendí a bailar en San Diego, California y en Tijuana, México —dijo Walter— ¿Acaso creías que este gringo no sabía bailar?

—La verdad, eso pensé, Mayor —expresó Andrés riendo—. Definitivamente es un habitante del mundo, señor Davies.

—Disfruto cada segundo que la vida me da, señor Andrés. Haga lo mismo, nunca pierda una oportunidad de apreciar lo que ofrece este mundo.

—Eso hare, Mayor —dijo Andrés mientras se alejaba con su compañera de baile.

Ramón tampoco desaprovechó la oportunidad. Antes de ponerse a tomar, el baile lo distrajo hasta caer frenético frente a dos mujeres que bailaban simultáneamente con él.

—No se preocupen, señoritas. Hay Ramón Quesada para las dos…

 

—¿Te dijo algo Lucinio? —preguntó Bernardo a Clara.

—Solo habló maravillas del señor Walter. ¡Quedó fascinado con él!

—Me refiero a lo nuestro, si sospechó algo.

—No, el sólo preguntó lo que ocurrió durante el viaje. No pienses en eso y bailemos, mi amado Bernardo.

—¡Amado! —expresó Bernardo.

—Sí, eso dije, amado. Pero no te distraigas y disfruta la noche. Mañana será otro día para hablar de lo nuestro.

 

Durante un descanso del baile, Lucinio invitó a Walter y Bernardo para platicar un rato sobre la situación de los extranjeros en la zona y la muerte de Hilario.

—Así sucedieron las cosas, Don Lucinio. Cuando llegué al Parque Nacional, encontré el cuerpo de su hermano tendido en el suelo.

—Hilario era un gran hombre, señor Bernardo. Se hubiesen llevado muy bien si se hubieran conocido.

—Lucinio —expresó Walter ya con toda la confianza del líder Boruca—, ¿qué fue lo que le robaron a su hermano el día del homicidio?

—No debo hablar de esto con los Sívcuarójc, no es lo correcto; pero los dos se ganaron mi confianza, la de Eustolio y Clara. Por eso creo que puedo confesarles algo y espero que esto se mantenga en secreto.

—Puede contar con ello, Lucinio —dijo Walter.

—Hace muchos siglos, Brunkajc, un guerrero de nuestra tierra, lideró una lucha por la defensa de nuestro territorio en contra de unos habitantes del oeste. Ellos al ver al gran guerrero que los había derrotado, ofrecieron su rendición y establecieron alianzas con nuestros ancestros. Para sellar el pacto, obsequiaron una pieza de jade que se decía era mágica. Nuestros antepasados la pulieron y le dieron la forma de nuestras máscaras tradicionales. Esa pieza fue otorgada a Brunkajc, quien se convirtió en nuestro guardián. Cuando los europeos llegaron a nuestra tierra, nuestro líder en ese tiempo era un guerrero muy fuerte y valiente, llamado Kuasram. Él tomó los tesoros de los Borucas y huyó hasta las montañas, en donde los escondió donde nadie pudiese encontrarlos. Cuando bajó, pudo observar como su pueblo estaba siendo convertido a una nueva fe, por lo que decidió retornar a las montañas y vivir allí con la mayor parte de su familia. Antes de marcharse, entregó el dije a su hijo que se mantuvo con los demás Borucas y le prometió que siempre cuidaría de todos desde lo alto de la montaña. Nosotros somos descendientes de Kuasram, somos los protectores de mi pueblo y yo, soy su líder.

—¿El líder no debería ser el hijo mayor de Hilario? —preguntó Bernardo— Supondría que se pasa por línea sucesoria.

—No coma ansias, señor Bernardo —expresó Lucinio—. El guardián del pueblo se ha transmitido de forma matrilineal madre a hijo mayor dentro del matrimonio tradicional de manera ininterrumpida desde aquella época. Mis padres fueron los últimos en casarse en ese antiguo rito. Mi padre se reunió con el consejo de mayores para determinar si se derogaba el ritual. Un anciano que era sacerdote de nuestra antigua religión, manifestó que, si eso ocurría, el linaje de Kuasram perdería poder sobre la reliquia de jade. Papá consideró que esto debía dejar de ser parte de nuestra cultura, por lo que los ancianos aceptaron su propuesta. Hilario, Clara y yo al nacer en el antiguo rito, somos los últimos en tener el poder sobre el talismán. Por eso, el liderato cayó en mí y no en mi sobrino. Cuando yo muera, el poder caerá sobre Clara y con su muerte, si no llega a tener hijos; la extinción de esto.

—¿Y porque Hilario huyó a San José? —preguntó Walter, preocupado por la situación.

—Una noche a finales de marzo, un vshechicero, alertó a Hilario que algo malo iba a suceder. La noche de su noticia, el dije comenzó a brillar, algo que nunca habíamos visto. El Consejo se reunió y junto con mi hermano, decidieron que lo mejor era ocultar la reliquia lejos de aquí. Hilario tomó la decisión de huir a San José y dejarlo en manos de un familiar que vive e informa lo que sucede en la Capital, pero esto no ocurrió así. Mi hermano fue asesinado y la pieza robada. El vindicó que la pieza fue robada para hacer un daño a nuestra tierra. Mi hermana, Coshov, fue enviada a la zona en donde se dice era el pueblo que obsequió la pieza de jade, pero al parecer ya nadie conoce de la historia.

—¿Y qué poder tiene el dije? —preguntó Bernardo.

—Es la guía para encontrar los tesoros Borucas en la Montaña de Kuasram —respondió Lucinio—. También existe un rumor, inventado por los vcuarójc que dice que la pieza tiene el poder de ablandar las rocas, pero eso nunca lo hemos visto ni hecho. Tampoco hay registros que alguno de mi casa haya hecho semejante cosa.

—Sea lo que fuere, cuentas con nosotros, Lucinio —prometió Walter—. Puedes confiar en nosotros.

Capítulo XIV 🔜

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