El Ejército Costarricense de 1856-1857: Historia, Armamento y Uniformes de la Campaña Nacional
Mucho se ha dicho sobre la Campaña Nacional de 1856-1857, aquella gesta en la que Costa Rica enfrentó a los filibusteros de William Walker y se ganó un lugar de honor en la historia centroamericana. No obstante, más allá de las batallas y los héroes inmortalizados en las páginas patrias, existen aspectos menos conocidos pero igualmente relevantes: la preparación del ejército, su estructura, el armamento utilizado y los uniformes que distinguieron a estos soldados.
A pesar de ser hoy un país sin ejército, desde su abolición en 1948, Costa Rica no debe olvidar que hace más de 150 años hombres y mujeres valientes se organizaron, entrenaron y lucharon por la soberanía nacional y regional.
Este artículo se basa en el trabajo del historiador Raúl Francisco Arias Sánchez, quien en su obra Los soldados de la Campaña Nacional (1856-1857) reconstruye con precisión ese proceso vital para entender cómo se gestó la victoria antes incluso del primer disparo.
Un ejército campesino con vocación patriótica
En la Costa Rica de mediados del siglo XIX, el ejército no era una fuerza profesional y numerosa como en otras naciones. El país estaba poblado principalmente por campesinos, en su mayoría residentes del Valle Central, dedicados al cultivo y exportación del café. Era una sociedad pacífica, con escasos enfrentamientos armados, y sin experiencia en guerras internacionales. Sin embargo, la amenaza de los filibusteros obligó a transformar a esos trabajadores del campo en soldados.
Desde la década de 1820, se venía formando un pequeño ejército nacional, con base en antiguos códigos militares coloniales españoles. Este incluía un batallón de infantería y un escuadrón de caballería, dirigidos por una jerarquía que comprendía desde sargentos hasta coroneles. La mayoría de sus miembros eran milicianos, ciudadanos que recibían instrucción militar periódica y se comprometían a responder al llamado de la patria en caso de necesidad.
Entre 1826 y 1830, el ejército pasó de 135 a más de 2000 efectivos, siguiendo las políticas de la Federación Centroamericana. Durante los gobiernos de Braulio Carrillo y Francisco Morazán, el ejército siguió creciendo, llegando a contar con 5000 soldados para 1850. Fue entonces cuando la profesionalización del ejército costarricense comenzó a tomar forma.
El aporte europeo en la preparación militar
La mejora del ejército costarricense tuvo un fuerte impulso gracias a la participación de instructores militares europeos, entre ellos el coronel polaco von Salisch. Bajo su dirección se implementaron ejercicios, rutinas y prácticas de disciplina que elevaron notablemente el nivel táctico y organizativo de las fuerzas armadas.
En 1853, el diario La Gaceta de Costa Rica ya reflejaba con entusiasmo el efecto positivo de esta profesionalización entre la juventud costarricense. Este entusiasmo se vería recompensado tres años después, cuando el país tuvo que enfrentar la amenaza del filibusterismo con un ejército más fuerte, disciplinado y equipado.
Además del coronel von Salisch, también colaboraron expertos militares prusianos como el coronel Alexander von Bulow y sus asistentes, Franz Blotemberg y Paul Stupinagel. Junto a ellos, desde Francia llegó el coronel Pierre Barillier, enviado por el emperador Luis Napoleón como asesor táctico, a solicitud del embajador Gabriel Lafont de Lurcy.
El Ejército Expedicionario: organización y expansión
Al comenzar 1856, el ejército costarricense contaba con más de 5000 efectivos. Pero ante la amenaza de William Walker y su régimen en Nicaragua, el presidente Juan Rafael Mora Porras decidió fortalecer aún más las fuerzas armadas. El 27 de febrero de ese año, decretó elevar el ejército a 9000 hombres, incorporando divisiones de Alajuela y Heredia, ya que hasta entonces la mayoría de los soldados provenían de San José, Cartago y Moracia (hoy Guanacaste).
Este llamado alistó a ciudadanos de todo el país, sin distinción, para formar un ejército unido por el ideal de la defensa nacional. El resultado fue la formación del Ejército Expedicionario, una fuerza de 4000 hombres organizados para realizar operaciones tanto defensivas como ofensivas en el norte de Costa Rica y territorio nicaragüense.
Mientras una parte de esta fuerza se destinó a la vigilancia de puestos estratégicos como Puntarenas y Sapoá, el grueso –unos 2500 soldados– marchó hacia Nicaragua bajo el mando del general de división José Joaquín Mora. Entre ellos se encontraban tropas de Guanacaste entrenadas por el general José María Cañas, figura clave en la campaña.
Armamento moderno para un ejército preparado
Una de las grandes fortalezas del Ejército Expedicionario fue su armamento. Entre 1854 y 1855, el gobierno costarricense adquirió en Europa una considerable cantidad de armas modernas. Gracias a las gestiones del embajador Edward Wallerstein en Inglaterra, se obtuvieron 500 fusiles Minie, que se destacaban por su precisión, alcance y potencia, gracias a sus balas cónicas y cañones con estrías internas. También se compraron cañones de campaña y de montaña.
En total, el gasto en armamento europeo representó cerca del 25% del presupuesto nacional. En cifras actuales (2025), equivaldría a más de ₡3 billones. Este enorme sacrificio económico demuestra el compromiso del país centroamericano con su defensa y su soberanía.
El armamento de los soldados incluía, además de fusiles con bayoneta, sables y revólveres. Se usaban modelos como el Colt Dragon 3 (calibre .44) y el Adams (calibre .38), ambos de simple acción. La caballería y los oficiales también portaban estas armas cortas, esenciales en el combate cuerpo a cuerpo.
Uniformes, jerarquía y condiciones del soldado costarricense
La estructura del ejército seguía una jerarquía clara: en la cúspide, el Presidente de la República como Comandante Supremo; luego el Estado Mayor y los oficiales (generales, coroneles, mayores, capitanes, tenientes y subtenientes), seguidos por los sargentos, cabos y soldados rasos.
En cuanto al uniforme, los soldados rasos vestían de crema o kaki, con sombrero de cinta roja, mochila, cinturón de cuero cruzado, y el fusil al hombro. Los sargentos vestían igual, pero portaban un sable. La oficialía llevaba uniforme azul, con botones y charreteras doradas, y un képiz (gorra militar) con galón dorado al frente.
Una nota curiosa pero significativa: mientras los oficiales usaban botas, muchos soldados rasos marchaban con caites o incluso descalzos. Esta práctica, habitual en la Costa Rica rural de la época, no impidió que mostraran una valentía y disciplina admirables durante toda la campaña.
Un legado de organización y coraje
La Campaña Nacional de 1856-1857 no fue ganada únicamente en los campos de batalla. Fue posible gracias a una profunda preparación previa, que implicó organización, entrenamiento, compra de armamento moderno, y sobre todo, la voluntad de un pueblo dispuesto a defender su soberanía.
El ejército costarricense de aquella época era un reflejo de su sociedad: campesino, trabajador, austero, pero también disciplinado, valiente y comprometido. Su legado sigue vivo en la historia y en la identidad nacional, recordándonos que la paz que hoy disfrutamos es fruto del sacrificio y visión de generaciones anteriores.
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