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Los Borucas: cultura viva, máscaras y el Juego de los Diablitos

Máscara Boruca tradicional realizada por Víctor Hernández . IMAGEN MARVALEOD.  ...La niebla baja se cuela al amanecer entre los pliegues de la cordillera de Talamanca, a veinte kilómetros de la frontera con Panamá. Allí, en lo más alto de un valle verde, se despierta el pueblo boruca: el gallo canta, el humo de los fogones se eleva en espiral y el rumor del río Grande de Térraba acompaña la vida cotidiana. A primera vista, el pueblo parece un puñado de casas de madera rodeadas de vegetación y parcelas de maíz, pero detrás de esa calma se esconde una de las culturas indígenas más tenaces y orgullosas de Costa Rica. Con poco más de dos mil habitantes dispersos en 140 km² de reserva, los boruca —o bruncas— han mantenido su identidad frente a conquistadores, misioneros y la modernidad del siglo XXI. Su secreto: una memoria colectiva cimentada en leyendas, máscaras de madera y un festival que cada diciembre revive la lucha contra los españoles... Un territorio, una lengua, una comunidad...

La Llorona: El Lamento Eterno de América

El aspecto clásico de La Llorona es una mujer vestida de blanco y cabellos negros, pero esto ha variado a través de los años. IMAGEN MARVALEOD.

Pocas leyendas atraviesan tantas culturas y generaciones como la de La Llorona, la mujer cuyo llanto estremecedor recorre los ríos, pueblos y ciudades de Hispanoamérica. Su figura, envuelta en misterio y dolor, tiene raíces profundas que se hunden en el mundo prehispánico mexicano y se han transformado, hibridado y adaptado a lo largo de los siglos.

La historia más popular cuenta que La Llorona es el espíritu en pena de una mujer que, desesperada y enloquecida, ahogó a sus hijos y ahora los busca eternamente entre sollozos. Este relato, aunque ampliamente conocido en México, también resuena en toda América Latina, desde Guatemala hasta Argentina, e incluso en los estados del sur de los Estados Unidos, como Texas y Nuevo México. La Llorona es, sin duda, un símbolo cultural que ha trascendido fronteras.

¿De dónde viene La Llorona?

Aunque solemos imaginarla como una mujer vestida de blanco vagando por las noches, los orígenes de La Llorona son mucho más antiguos y complejos. En las culturas mesoamericanas, ya existían seres fantasmales que lloraban junto a los ríos. Diversas civilizaciones, como los mexicas, mayas y zapotecos, hablaban de diosas o espíritus femeninos conectados con la muerte, el inframundo y la fertilidad.

Entre ellas destaca Cihuacóatl, la diosa madre de los mexicas, patrona de las mujeres muertas en el parto (las cihuateteo). Se decía que sus lamentos durante la noche presagiaban desgracias, una imagen inquietantemente similar a la de La Llorona. De hecho, los registros más antiguos, como los de Fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI, describen ya a una figura femenina vestida de blanco, llorando y vagando por los caminos como mal augurio.

Otras figuras, como Xtabay entre los mayas y Xonaxi Queculla entre los zapotecos, comparten elementos de seducción, muerte y venganza que alimentan el imaginario de La Llorona: mujeres espectrales que castigan a los hombres o que vagan en pena por sus propios actos.

Una leyenda que se reinventa

La leyenda de La Llorona no solo ha sobrevivido, sino que ha evolucionado con el tiempo. Durante la época colonial, sus rasgos sobrenaturales se mezclaron con elementos católicos y europeos, adoptando tintes de culpa, pecado y redención. Algunas versiones la relacionan con figuras históricas como La Malinche, la mujer indígena que fue intérprete y compañera de Hernán Cortés, vista a veces como traidora y otras como víctima.

Hoy en día, la imagen de La Llorona sigue viva en la cultura popular: aparece en canciones, películas, festivales, e incluso ha sido declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México. Su figura sigue siendo un recordatorio de la memoria ancestral, de los miedos colectivos y de la necesidad humana de dar sentido a la pérdida y al dolor.

El llanto que nunca cesa

Más que un simple espanto, La Llorona es un eco de nuestras historias más antiguas, una voz que une a las culturas de América en un mismo lamento. Escucharla en la noche, real o imaginaria, es escuchar también el rumor de un pasado que nunca se ha ido del todo.

Porque mientras haya ríos, caminos solitarios y noches en vela, seguirá resonando su eterno clamor:

"¡Ay, mis hijos!" 

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