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Alfredo el Grande: El Rey que Salvó a Inglaterra de los Vikingos
Alfredo el Grande, conocido también como Ælfred, nació en el año 849 en Wantage, en el antiguo reino de Wessex, Inglaterra. No sólo fue un líder militar formidable contra las invasiones vikingas, sino que además dejó una huella profunda en la historia británica como reformador de leyes, impulsor de la educación y defensor de la cultura anglosajona.
Aunque jamás fue canonizado oficialmente, Alfredo fue venerado como santo durante siglos, celebrándose su memoria cada 26 de octubre.
Orígenes y un linaje legendario
Alfredo era hijo de Ethelwulfo, rey de Wessex, y su genealogía reflejaba tanto la tradición cristiana como la mitología nórdica. Según los registros, Alfredo y su familia se enorgullecían de descender directamente de Odín (o Woden, en anglosajón), el principal dios vikingo.
Esta conexión ancestral no solo daba prestigio a su familia, sino que también mostraba el respeto que Alfredo sentía por las raíces paganas de su pueblo, aunque él mismo fuera un cristiano devoto.
Un joven príncipe en tiempos turbulentos
Desde joven, la vida de Alfredo estuvo marcada por viajes y acontecimientos importantes. Acompañó a su padre en un peregrinaje a Roma, y después pasó un tiempo en la corte del rey Carlos el Calvo de Francia.
Tras la muerte de su padre en 858, Alfredo vivió bajo la sombra de sus hermanos mayores, hasta que finalmente, bajo el reinado de su hermano Etelredo I, inició su vida pública como líder militar, enfrentándose al creciente peligro vikingo.
Matrimonio y herederos
En el año 868, Alfredo se casó con Ethelswhita, hija de un noble merciano. De su matrimonio nacieron seis hijos, entre ellos:
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Eduardo el Viejo, su sucesor en el trono.
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Ethelfleda, conocida como la “Señora de los Mercianos”, una de las mujeres más destacadas de su época.
La familia de Alfredo continuaría moldeando el destino de Inglaterra durante generaciones.
El año de las batallas
El año 871 sería recordado como el "año de las batallas". Alfredo y su hermano Etelredo lucharon ferozmente contra los daneses, ganando y perdiendo combates en igual medida. La batalla de Ashdown fue una de sus victorias más notables, pero también sufrieron derrotas importantes.
Cuando Etelredo murió en la batalla de Marton, Alfredo ascendió al trono de Wessex en medio de un panorama desolador.
La resistencia y el mito de Athelney
No todo fue gloria inmediata. En el año 878, tras un sorpresivo ataque danés a Chippenham, Alfredo se vio obligado a refugiarse en los pantanos de Athelney. Aquí surgieron algunas de las leyendas más entrañables sobre él, como aquella en la que, disfrazado de campesino, dejó quemar unas tortas mientras reflexionaba sobre su difícil situación.
Desde ese escondite, Alfredo reorganizó sus fuerzas para lanzar un contraataque decisivo.
La batalla de Edington y la paz de Wedmore
En mayo de 878, Alfredo reunió un nuevo ejército y enfrentó a los daneses en la batalla de Edington. Esta fue una de sus mayores victorias: derrotó al líder vikingo Guthrum, quien posteriormente fue bautizado como cristiano junto a sus principales guerreros.
El resultado fue la división de Inglaterra: Wessex y el sudoeste quedaron en manos sajones, mientras que el noreste, el llamado Danelaw, permaneció bajo control vikingo. Este acuerdo, aunque no firmado oficialmente, es recordado como la paz de Wedmore.
Más allá del campo de batalla: el legado cultural
Alfredo no solo fue un hábil guerrero, sino también un gran reformador. Reconoció la importancia de la educación en la reconstrucción de su reino y promovió el aprendizaje del latín, encargó traducciones de textos esenciales y reformó el sistema legal basándose en principios cristianos de justicia.
Su visión de una Inglaterra unificada y educada sentó las bases de lo que, siglos después, sería el Reino de Inglaterra.
Un líder que trascendió su tiempo
Aunque enfrentó innumerables desafíos, Alfredo el Grande logró defender a su pueblo, restaurar su cultura y establecer las bases de la monarquía inglesa. Su figura ha perdurado no solo como un rey guerrero, sino como un símbolo de resistencia, sabiduría y visión a largo plazo.
A más de mil años de su muerte, su legado sigue siendo una fuente de inspiración para quienes creen que la inteligencia, la fe y el coraje pueden cambiar el destino de una nación.
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