Heptarquía Anglosajona
Durante la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media, la actual Inglaterra no era un reino unificado, sino un mosaico de entidades políticas conocidas colectivamente como la heptarquía anglosajona. Este término, de raíz griega (hepta, “siete”, y arkhía, “poder, gobierno”), alude a los siete principales reinos germánicos establecidos en la isla de Gran Bretaña: Essex, Estanglia, Kent, Mercia, Northumbria, Sussex y Wessex. Estas unidades políticas existieron desde el siglo V hasta el siglo X y sentaron las bases de lo que eventualmente sería el Reino de Inglaterra.
Un concepto medieval con raíces modernas
La idea de la "heptarquía" no proviene de los propios anglosajones, sino que es una categorización posterior. El término fue acuñado por Enrique de Huntingdon, un cronista inglés del siglo XII, en su Historia Anglorum. No obstante, su uso sistemático no se popularizó hasta el Renacimiento, cuando la historiografía inglesa buscó ordenar el pasado nacional bajo esquemas más definidos.
Aunque el nombre sugiere la existencia de siete reinos estables, lo cierto es que las fronteras, alianzas y jerarquías entre estos dominios fluctuaban constantemente. La heptarquía es, por tanto, una convención útil, pero no una descripción precisa del orden político anglosajón.
Orígenes de los reinos anglosajones
Tras la retirada romana de Britania a principios del siglo V, diversas tribus germánicas —jutos, anglos y sajones— comenzaron a establecerse en la isla. Lo hicieron como mercenarios al servicio de los britanorromanos, pero pronto se convirtieron en conquistadores. De esta ocupación surgieron múltiples reinos, algunos efímeros, otros perdurables.
Para el siglo VI, ya se perfilaban los grandes reinos que formarían la heptarquía:
- Kent, primer reino establecido, de origen juto, con influencia franca.
- Sussex y Essex, fundados por sajones en el sur y sureste.
- Wessex, también sajón, al oeste.
- Estanglia, al este, habitada por anglos.
- Mercia, en el centro del país, en la región de las Midlands.
- Northumbria, al norte, resultado de la unión de Bernicia y Deira.
A estos siete se les sumaban otros reinos menores o tribus autónomas, como Hwicce, Lindsey, Wihtwara, los Gewissae, o los Middil Engle, que desempeñaron papeles secundarios pero significativos en el devenir político de la isla.
Cambios de hegemonía: siglos VI al VIII
Durante la Alta Edad Media, el equilibrio de poder entre los reinos anglosajones cambió varias veces.
- En el siglo VI, Kent fue el reino más influyente, gracias a sus vínculos con el continente y la temprana conversión al cristianismo.
- En el siglo VII, Northumbria emergió como la potencia dominante, especialmente bajo reyes como Edwin, Oswald y Oswiu, que expandieron sus dominios y promovieron la fe cristiana en el norte.
- En el siglo VIII, la supremacía pasó a Mercia, particularmente durante el reinado de Offa (757–796), quien ejerció un poder casi monárquico sobre gran parte de Inglaterra y construyó la célebre Muralla de Offa para delimitar su frontera con los galeses.
Cada reino intentó en algún momento proclamarse señor de los demás, con mayor o menor éxito. Sin embargo, ninguna entidad logró una unificación total y duradera durante este periodo.
Reinos menores y estructuras internas
La visión tradicional de siete reinos ignora el mosaico real de identidades políticas existentes. Además de los siete principales, existieron múltiples subdivisiones o entidades que fueron absorbidas o subsumidas en los grandes reinos.
Entre estos destacamos:
- Bernicia y Deira, los dos componentes de Northumbria.
- Lindsey, disputada entre Northumbria y Mercia.
- Hwicce, absorbida por Wessex y Mercia.
- Isla de Wight (Wihtwara), reino juto exterminado por Caedwalla de Wessex.
- Meonwara, tribu juta en el sur de Hampshire.
- Diversas tribus sajonas del valle del Támesis que dieron origen a Wessex, como los Gewissae, los Wiltsæte, y los Sumnigas.
Estas unidades menores eran a menudo autónomas, pero sujetas a la dominación de reinos mayores. Su existencia muestra la complejidad del paisaje político anglosajón.
La decadencia: invasiones vikingas y consolidación de Wessex
La estabilidad de la heptarquía fue quebrada por la llegada de los vikingos en el siglo IX. Desde sus bases en Escandinavia, los daneses comenzaron a asolar los reinos anglosajones, culminando en la creación del Danelaw, una zona de ocupación y asentamiento escandinavo que cubría buena parte del norte y el este de Inglaterra.
Reinos como Northumbria y Estanglia fueron arrasados o absorbidos por los invasores. Mercia fue debilitada y, con el tiempo, reducida a la condición de provincia.
Frente a esta amenaza, Wessex se alzó como defensor del mundo anglosajón. Bajo el liderazgo de Alfredo el Grande (r. 871–899), Wessex resistió la invasión vikinga y logró mantener su independencia. Alfredo se proclamó rey de los anglosajones, título que reflejaba su creciente autoridad sobre los demás reinos.
Sus sucesores, Eduardo el Viejo, Athelstan y Edgar el Pacífico, completaron la unificación del territorio. En el año 927, Athelstan fue reconocido como rey de toda Inglaterra, marcando el final de la heptarquía.
Críticas al término “heptarquía”
Desde principios del siglo XX, muchos historiadores han puesto en duda la utilidad del término “heptarquía”. Argumentan que simplifica en exceso una realidad más fluida y compleja, en la que no existían siete reinos claramente definidos ni estabilidad política permanente.
Además, algunos de los llamados “siete reinos” (como Sussex o Essex) nunca alcanzaron la misma preeminencia que Mercia, Northumbria o Wessex. Por el contrario, otras entidades, como Bernicia, Lindsey o Hwicce, jugaron un papel más activo del que tradicionalmente se les atribuye.
A pesar de estas críticas, el término sigue siendo útil como una etiqueta general para referirse al periodo entre la caída de Roma y la formación del reino de Inglaterra.
La heptarquía anglosajona fue una época de fragmentación y rivalidad, pero también de formación identitaria y cultural. Los reinos surgidos de la migración germánica construyeron las bases del futuro estado inglés, consolidaron el cristianismo en la isla y desarrollaron estructuras administrativas, legales y militares que perdurarían en los siglos posteriores.
Aunque el concepto de siete reinos es una simplificación, sirve como puerta de entrada para entender un capítulo crucial de la historia inglesa: una era en la que pequeños reinos guerreaban, se aliaban y resistían juntos las olas vikingas, hasta que uno de ellos, Wessex, logró imponer su hegemonía y forjar el embrión del Reino Unido que hoy conocemos.
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