La Reliquia Boruca: Capítulo XII

19 de junio de 1896

 

Golfito, zona sur y camino a las llanuras del Térraba.

 

            Bernardo se incorporó a su hospedaje antes de que la luz cubriera el pueblo de Golfito. Al llegar al aposento en donde se encontraba el resto del Equipo, Walter lo esperaba despierto.

            —¿Dónde estuviste, Bernardo?

            —Con Clara. Pasé la noche donde se encontraban ellos para no incomodarlos.

            —Debiste haber avisado, pasé mal la noche pensando si ocurrió algo contigo… Eso y los ronquidos del señor Ramón.

            —No debes preocuparte, Walter. Estoy bien.

 

            Los hombres uno a uno se fueron despertando para comenzar a empacar sus pertenencias y partir hacia la parte norte. Ninguno preguntó a qué hora llegó Bernardo o si pasó la noche fuera de la habitación. Incluso Ramón se abstuvo de realizar sus conocidos comentarios sin lugar.

            —Señores, vamos a trasladarnos cuatro en cada carreta —habló Walter—. El Capitán y yo, iremos con la señorita y su acompañante. Los demás irán en la otra carreta. Sargento, queda a cargo.

            —¿Por qué él va a cargo y yo no? —preguntó un irritado Braulio Tarnat— Soy el experto de la misión.

            —Porque el Sargento sabrá que hacer en caso de cualquier eventualidad, señor Tarnat —respondió Walter—. Debemos ir preparados por si sucede algo en el trayecto.

            —Si esa es la razón, no tengo nada que objetar. Que vaya el beodo a cargo.

 

            El Equipo se encontró con los Borucas frente a la plaza central del pequeño pueblo. Clara evidenciaba el desvelo de la noche anterior. Eustolio se encontraba de brazos cruzados esperando el inicio del recorrido.

            —¿Quién va con nosotros? —preguntó Eustolio.

            —El señor Guardia y yo —manifestó el vcua rubio, extendiendo su mano derecha—. Mucho gusto señor, me llamo Walter Davies.

            —…

            Eustolio no contestó ni miró al Mayor estadounidense, solo volteó su cuerpo y subió a la carreta para comenzar el viaje.

            —Señora, vamos iniciando. No perdamos el tiempo.

            Las carretas comenzaron su viaje de tres a cuatro días hacia la región de las llanuras por los estrechos y despoblados caminos. Al conocer la zona y los caminos, Eustolio se puso al frente.

            Bernardo y Clara no se inmutaron a hablar. Se acostaron en la parte trasera cubriendo sus caras para descansar. La noche no les dio respiro para dormir adecuadamente.

            Por su parte, Walter trataba de hablar con Eustolio, sin embargo, el Boruca guardaba silencio en todo momento. El americano no se desanimaba y continuaba las conversaciones. A su cabeza retornaban recuerdos de cuando llegó al pueblo de Sitka y cómo la población se portaba hostil hacia el extranjero que recién llegaba a sus tierras.

            —Sabe, señor Eustolio, mi esposa es una mujer nativa de América. De un pueblo muy al norte del continente.

            Walter sacó el portarretratos que colgaba de su pecho, en donde contenía las imágenes de su esposa e hijo. Al mostrarle a Eustolio las imágenes, la curiosidad no pudo evitar que él observara el contenido del objeto, ganando su completo interés.

            —Ella es Ursala, mi esposa y él, mi hijo, Walt —indicó Walter con sus dedos a Eustolio.

            —¿Dónde viven? —preguntó curioso Eustolio.

Walter sacó de su bolso de campaña un mapa del continente para indicarle a Eustolio la ubicación de su hogar y donde se encontraban ellos en ese momento.

            —Viene de muy lejos, señor —expresó Eustolio—. Debe extrañar su hogar.

            —Así es, extraño mucho mi casa —dijo Walter sujetando el portarretratos—, pero los extraño más a ellos.

            —¿Sus padres los cuidan? —preguntó Eustolio.

            —Los padres de ella —respondió Walter—. De mis padres no sé mucho desde hace bastante tiempo. Ellos no aceptaron mi matrimonio con Ursala y me desconocieron como su hijo.

            —Es una lástima, señor Walter. Lo lamento.

            —Este mundo aún no está preparado para cambios sociales, mi familia ahora son mi esposa e hijo. Además, sus familiares son muy unidos y alegres. Aprendí a vivir como uno de ellos y ahora me considero parte de su pueblo, aunque para algunos sigo siendo un gunayaḵwáan.

            —Supongo que significa extranjero —repuso Eustolio entre risas.

            —Está en lo cierto, señor —respondió Walter riendo—. ¿Cómo llaman a los extranjeros en su tierra?

            —vcua.

            —He escuchado esa palabra anteriormente —Walter sonreía nuevamente—. ¿Le gustaría aprender frases y palabras de dónde provengo?

            —Claro, señor Walter, me gustaría bastante.

            Walter y Eustolio comenzaron a romper el hielo y platicaron durante largas horas, aprendiendo las lenguas de cada uno de sus hogares. Davies encontró fantástico aprender un nuevo dialecto, a la vez que le alegraba entablar relaciones con su nuevo compañero.

 

            Horas más tarde, Bernardo y Clara comenzaban a despertar. El calor que producía el sol era agobiante y la temperatura no permitía descansar por más tiempo.

            —Coshóv, ¡Yak'éi Ts'ootatt! —expresó Eustolio en la lengua que había aprendido de Walter.

            —Bernardo, ¡các bavcá moren̈! —lanzó Walter a Bernardo.

            —Bóc Shuán̈, ivan̈cá huív —respondió Clara, dando a entender que no comprendía lo que decía.

            —Walter, no comiences, por favor —respondió también Bernardo.

            Los nuevos amigos comenzaron a reír al ver las expresiones de sus compañeros y explicaron que es una forma para decir buenos días. Clara notó que ahora, el que llevaba las riendas era Walter y no Eustolio.

            —Parece que nos cambiaron, Bernardo.

            —Eso parece, Clara.

            —Bernardo, te voy a pedir un favor —expresó Clara en un tono serio—. En mi pueblo no te me acerques tanto, no sería bien visto.

            —Está bien, Clara. Pero podemos estar juntos en este momento.

            —Hay otra cosa que debo decir, una confesión, más bien —agregó Clara—, ¿recuerdas el día del barco en donde unos hombres atacaron al capitán?

            —Sí, me acuerdo. ¿Qué pasó?

            —¿También recuerdas que unos hombres perseguían al rubio y hubo un disparo desde la parte de atrás?

            —También recuerdo eso —contestó Bernardo—. ¿A qué quieres llegar con todo esto?

            —Yo fui la persona que disparó al aire para asustar a las personas.

            —No puedo creerlo, Clara —Bernardo comenzó a reír—. Pasé horas sospechando de cada uno de los tripulantes jóvenes del navío. Jamás sospeché que una dama nos socorriera.

            —Deberías acostumbrarte —dijo Clara sonriendo—. Mi papá me enseñó a usar diversos tipos de armas.

            —Pues mejora la puntería, mi amiga —agregó riendo Bernardo—, disparaste muy mal.

            —¿Crees que tengo mala puntería sólo porque hice un tiro al aire? —expresó Clara un tanto molesta— Señor, detenga la carreta.

            —¿Ocurre algo, Clara? —preguntó Walter inquieto.

            —No ocurre nada. Solo vamos a tener una pequeña pausa para descansar y practicar con los rifles.

            —Clara, detente —indicó Bernardo un poco serio—. Solo fue una broma.

            —No me gusta ese tipo de bromas, señor Bernardo. Vamos a ver quién tiene una mala puntería.

            Walter detuvo la carreta unos metros más adelante para indicarles a los otros hombres que reposarían mientras se realizaba una práctica con los rifles.

            Bernardo le pidió a Ureña utilizar su arma para la práctica, añadiéndole una mira personal que traía consigo.

            A la prueba se sumó Walter, Ramón y Andrés. El Sargento propuso hacer una competencia y agregarle una banca con dinero, la cual se la quedaría el ganador.

            Los cuatro soldados y la Boruca se dirigieron a una pequeña planicie que se encontraba pasado un montículo a las orillas del camino principal. Eustolio se quedó con los enviados del Congreso para proteger las mercancías y pertenencias que llevaban en las carretas.

            —Las reglas son sencillas, señores y señorita —indicó Walter—. Vamos a disparar a esta pequeña lata de maíz que porto en mis manos a diferentes distancias. La persona que falle el tiro queda descalificada inmediatamente. La primera estación de disparo se realizará a diez metros, la segunda a veinte, la tercera a cincuenta, la cuarta a setenta y cinco, y la quinta a cien. ¿Alguna duda al respecto?

            Nadie tuvo dudas o sugerencias sobre la competencia y comenzaron a caminar hacia el sitio donde daría inicio la competencia.

            —Es una buena cantidad de dinero, que bueno que se me ocurrió —expresó Ramón muy animado.

            —Sargento, ¿ha visto la puntería del Capitán y del Mayor? —expresó Andrés Ureña— No tenemos opciones de ganar.

            —Andrés, apuesto mis botas a que voy a resultar ganador.

            —No comience, Sargento...

            Walter colocó la lata en una roca que se encontraba en la zona y sacó su cinta para medir las distancias de las estaciones.

Para determinar el orden de disparar, Walter cortó unas ramas de diferentes tamaños y cubrió la longitud de cada una de ellas con su puño derecho. El que tomaba la rama más larga, iniciaba la competencia y de acuerdo a su tamaño, le proseguía el siguiente.

            —Bien, parece que el primero es Andrés, después Bernardo, sigo yo, Clara y de último Ramón.

            —Lo mejor para el final —expresó un animado Ramón Quesada.

            En la primera estación todos los participantes lograron impactar la lata de maíz que se dañó inmediatamente. Walter al notar esto, tuvo que devolverse a las carretas para traer otras dos.

            —Walter, ¿Por qué no has botado esas latas?

            —No me gusta dejar basura que pueda dañar el ambiente, Bernardo.

            En la segunda estación, Andrés erró su disparo y Ramón golpeó por poco el borde de la lata.

            —Creo que sigo en competencia, señores.

            La tercera estación ya significaba un desafío. Cincuenta metros era todo un reto para cualquier persona. Ramón, aunque trataba de aparentarlo, se encontraba nervioso. Suponía que, a este punto, solo Bernardo o Walter llegarían, pero no los dos. Por su parte, todos caían inmutados al ver a una Clara cómodamente en la ronda.

            Bernardo realizó su disparo. Logró impactar en el blanco.

            Walter hizo lo propio y consiguió avanzar a la siguiente ronda.

            Clara tomó el rifle, estuvo por un tiempo observando la mira y relajando su postura. Al disparar, demostró a sus compañeros que no se encontraba en la competencia por diversión, impactando la lata en su centro.

            Ramón comenzó a realizar una oración en sus pensamientos, pidiendo a los santos su intervención para impactar la improvisada diana, pero el tiro ni siquiera estuvo cerca de la zona.

            —Bueno, al menos lo intente.

            —Fue un buen tiro, Sargento —expresó Walter.

La cuarta estación dio una sorpresa, Walter fallaba su tiro inesperadamente. Todos sabían que el estadounidense poseía una mejor puntería, pero el calor y la humedad de la zona hicieron que perdiera su concentración, eliminándolo de la competencia.

            —Parece que solo quedamos nosotros, Clara.

            —Aquí morderás el polvo, Capitán Guardia.

            —No lo creo, señorita González.

            Los amantes pasaron cómodamente a la última estación.

Clara y Bernardo comenzaron fallando sus intentos. Ninguno pudo asestar su proyectil. En el segundo intento fue todo lo contrario, Bernardo impactó el objetivo en el centro y Clara un poco más a su parte superior.

            —Debo decirle que nunca he perdido una competencia de disparos, Clara.

            —Yo tampoco he perdido nunca, Bernardo.

El tercer intento decidiría al ganador de la competencia. El Capitán Guardia se acostó en el suelo, ya que era su posición más cómoda para poder disparar el rifle, pero la distancia era muy lejana y el calor ya era un tanto insoportable. Bernardo disparó, pero no pudo impactar el objetivo.

—Fue un buen contrincante, Capitán —expresó Clara, a quién se le notaba su determinación a la victoria.

Clara se colocó con su pierna izquierda un poco más al frente que la derecha y su torso un poco dirigido hacia la izquierda. Comenzó a controlar su respiración y a bajar sus pulsaciones cardiacas. Observaba detenidamente la lata, en tanto su índice derecho iniciaba a empujar el disparador lentamente hacia atrás.

—¡BOOM!

La lata cayó inmediatamente.

Clara era la ganadora de la competición. Todos celebraron el triunfo de la Boruca, quien sacó la mayor admiración en la pugna.

            —¡Es increíble, señorita! ¡Felicidades!

            —¡Clara! ¡Clara! ¡Clara!

Los hombres vitoreaban la gesta de la señorita. Nadie esperó ver caer al Capitán Guardia derrotado. Bernardo se acercó a Clara y le extendió su mano, indicando que aceptaba la derrota.

—Fue muy buena competencia, Clara.

—Lo mismo digo, Bernardo —expresó emocionada Clara—. Ahora, ¿dónde está mi premio?

 

Todos bajaron donde se encontraba el resto del equipo, riendo y aplaudiendo la hazaña de señorita. Eustolio preguntó a Clara que había sucedido y ella le contó animadamente. El fornido Boruca la felicitó sonriendo y sujetándola del hombro. Después de ello, se acercó a Walter, quien se encontraba al lado de Bernardo.

—¿Cómo le fue, vcua ajcá? —preguntó Eustolio a Walter.

Bernardo creyó que al escuchar la palabra vcua se refería a él, por lo que contestó animado al ver el recibimiento de Eustolio.

—Me fue bien, Eustolio, gracias por preguntar.

—Estoy hablando con el rubio —expresó molesto Eustolio.

—¡Morén, morén! —contestó Walter en brunka— vsát morén.

—Falta mejorar un poco, señor Walter, pero lo hace muy bien.

Gunalchéesh tlein —contestó Walter en tlingit.

—Significa gracias, ¿verdad? —preguntó Eustolio.

—Estás en lo correcto, mi amigo —contestó Walter.

—Ahora hasta me cambia por alguien que acaba de conocer —habló Bernardo entre risas—. Claro, pero a mí nunca me dijo que hablaba en otras lenguas.

—Hablo muchos idiomas, mi amigo. Me considero poliglota.

—Señor Davies; spreek je nederlands? —preguntó el señor Tarnat en neerlandés.

Ik spreek een beetje van de taal —contestó Walter.

—Suficiente con el inglés, el brunka y el tlingit —expresó Bernardo—. No mezclemos más idiomas, por favor.

El viaje continuó hasta donde la luz del día alcanzó. Las dos carretas se instalaron en una zona llana, alejados de la carretera para descansar. Eustolio preparó junto a Ramón la fogata y Ureña comenzó a armar las tiendas de campaña. Walter y Tarnat continuaron practicando su neerlandés, platicando temas de interés entre ambos.

Bernardo se encontraba al lado de Clara, leyendo su libro y explicándole de que trataba.

—Pareces el viajero en el tiempo, Bernardo.

—¿Eso quiere decir que eres Weena?

—Puede ser, puede ser —respondía Clara ruborizada.

—¿Puedo saber algo? ¿Cómo es que disparaste el arma y desapareciste tan rápido en la embarcación?

—No voy a decir nada —expresó Clara mientras reía—. No quiero entrar en una nueva competencia.

—Está bien, señorita secretos —repuso sonriendo Bernardo—. Clara, ¿y cómo es la familia tuya? —preguntó—, casi no has mencionado nada de ellos.

—Mis padres, al igual que los tuyos, fallecieron hace muchos años. Shogov, Hilario, dejó tres hijos pequeños y Caraí, Lucinio, mi otro hermano, no quiere tener descendencia ni quiere contraer matrimonio.

—¿Cuántos años tiene Lucinio? Hilario era de mi edad, a lo que se supo en la investigación.

—Hilario tenía treinta y dos años cuando lo asesinaron. Lucinio es de mi edad, somos gemelos, así que sabrás que tiene veintiséis, sólo que él nació primero.

—La cena ya está lista —anunció Ramón a los miembros del equipo—. Espero sea de su agrado la comida que preparé junto al señor Eustolio.

La cena básicamente era arroz blanco, unas legumbres llamadas en la zona como frijol de palo y una carne de cerdo ahumada que traían consigo desde Golfito.

Todos se encontraban hambrientos. Se colocaron alrededor de la fogata y se sirvieron los alimentos. Los presentes disfrutaron la cena y repitieron el platillo, incluso Tarnat, quien no mostró crítica alguna hacia el modo de preparación o la presentación del mismo.

Acabado el menú, todos comenzaron a hablar de temas variados. En un punto, Guillermo preguntó a los Borucas si conocían algún relato de sus antepasados. Clara explicó que dentro de su pueblo existen leyendas sobre seres fantásticos e historias más antiguas que la misma llegada de los europeos.

Así, ella pidió a todos guardar silencio y acercarse más a la fogata para adentrarse en el relato y poder escuchar detenidamente la historia de las Dos Hermanas.

 

La leyenda de las Dos Hermanas

 

Hace muchos años atrás, en una quebrada que se ubica cerca de Boruca, las rocas que eran de lodo y el agua que corría, hacía en ellas formas únicas y particulares. En ese tiempo, los duendes que vivían en esa tierra, jugaban y moldeaban también ese lodo, creando estanques para hacer pozas y termas. Allí, los niños Borucas curiosos, creyeron que era una zona de juegos para ellos.

Un día, dos hermanas llegaron a bañarse y jugar en las pozas. El líder de los duendes, Bisújcra, el señor de las aguas, observó a las dos hermanas y pronto se enamoró de ellas. Con el tiempo, las hermanas cayeron al amor de Bisújcra. El pueblo se enteró de la situación, ya que las dos hermanas siempre salían temprano a la zona de las aguas y retornaban muy tarde, casi al anochecer. Los hombres sabios, los mayores del pueblo se reunieron para decidir que debían hacer con las hermanas, quienes ya prácticamente se encontraban viviendo en el territorio de los duendes, llamado el Mambram.

Los sabios decidieron ir en busca de las hermanas. Al llegar a Mambram, los hombres tomaron a las jóvenes, las ataron y se las llevaron a una laguna, cerca de Boruca. Allí las soltaron y las enviaron al fondo de ella, donde las hermanas se ahogaron.

El lugar donde se encuentra la poza de los duendes ahora es de roca y los habitantes de Boruca cuentan que algunas veces escuchan a los duendes jugar en el agua, lanzándose desde peñones para sumergirse en el fondo de la poza.

En cuanto a la laguna donde las hermanas se ahogaron, algunas veces se torna color rojo y del fondo emergen burbujas. Se dice que esto se produce por el enojo de las hermanas, quienes continúan en el fondo de la laguna.

Esto nos enseña a los Borucas que los adultos no debemos dejar a los más jóvenes solos, porque el destino no sabe con quienes los puede juntar. También nos recuerda que la tierra no es solo nuestra y debemos respetar a la naturaleza y sus protectores.

 

—Las rocas que se convirtieron en lodo, ¿cómo es eso posible? —preguntó Guillermo.

—El tiempo las convirtió —respondió Clara a secas.

—Señorita Clara, su pueblo respeta mucho la naturaleza por lo que puedo notar —agregó Braulio Tarnat a la conversación.

—Somos un pueblo protector de la naturaleza y nuestras costumbres, señor Braulio. —respondió Eustolio.

—Me alegra saber eso. Me alegra bastante saber que existen personas así.

—Bueno, es tiempo de descansar —interrumpió Walter—. Mañana debemos retomar el viaje para llegar lo antes posible.

Los miembros del Equipo Erizo comenzaron a tornar a sus tiendas para conciliar el sueño. Eustolio se ofreció para hacer la primera guardia, Ramón ofreció a Andrés para relevarlo y él prometió hacer el último turno. En cuanto a Bernardo y Clara, esperaron a que los demás se acostaran para ir a dormir juntos a la misma tienda y tener un rato de intimidad a solas.


Capítulo XIII 🔜

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