Mis Vidas Pasadas: VI Llenlleog


La siguiente historia sucedió de un modo extraño hace poco más de cinco años. Como es usual en mí, llevaba varios días sin poder conciliar el sueño de manera satisfactoria. Era un poco más de las once de la noche. En mi cabeza, recuerdos de una mala experiencia personal retornaban una y otra vez. Para escapar de la realidad, decidí salir a correr un poco y así calmar la ansiedad que se estaba apoderando de mi cuerpo. Después de ejercitarme y ya con el organismo agotado, me dirigía a la ducha; de pronto, un sentimiento involuntario surgió: la tristeza de la pérdida de un ser querido se implanto en mis pensamientos mientras una visión se forja en mi cabeza; un monje con el cabello rasurado en su coronilla, reza con el cuerpo contrario a un risco; de repente se deja caer a un profundo acantilado. En ese momento, un mareo incontrolable dominó mi voluntad y a cómo pude, me acosté en el suelo antes de caer violentamente contra él.

 

Escucho gente caminar por las calles, mientras ríen y gozan, no se percatan de mi presencia. Soy una sombra para ellos. Solo cuando comienzo a caminar, los habitantes de esta ciudad notan mi figura. En mis memorias de juventud, recuerdo llegar a esta tierra de paganos al lado de otros hombres con la misión de predicar la palabra de Dios. Mi nombre es Llenlleog, provengo de una isla que se encuentra al oeste de esta tierra y mi misión es convertir en cristianos a estos infieles seguidores del dios al que llaman Woden.

 

Los recuerdos en la vida de mi anfitrión llegan espontáneamente; de pronto y sin separarme de su cuerpo, controlo mi mente, como un simple espectador de sus memorias. Llenlleog se encuentra en un centro urbano, a pesar de ser un hombre de Dios, su vida es vacía y solitaria. Después de un leve momento de desconcentración, comienza a observar a un niño curioso que lo mira con inquietud. Conforme se va acercando a él, este niño sajón se paraliza, notando que su presencia lo asusta. -Los predicadores no son personas bien recibidas en esta tierra - apunta mi mente; Llenlleog es consciente de ello, pero no le preocupa. En su ser, puedo sentir la presencia de una fuerte convicción hacia su fe. Encontrándose frente al niño, el joven orador se pone de cuclillas para contemplar el rostro inocente de ese pequeño, toca sus cabellos dorados mientras el infante profesa una leve sonrisa en su rostro. Antes de que pueda marcharse, el predicador dibuja con sus dedos una cruz en su frente, en tanto con su otra mano, saca de una bolsa un trozo de carne seca, animándole a recibirla sin esperar nada a cambio. Sin embargo, de los pequeños labios germánicos brota una tímida palabra que en su idioma significa “gracias”.

 

Nuevas memorias de un pasado más reciente se proyectan en sus recuerdos. Ahora un poco más mayor, veo como este se localiza en una especie de monasterio con otros de sus hermanos. Caminando por las calles de la pequeña ciudad, se encuentra con aquel pequeño que una vez conoció en el centro de la localidad. Su nombre es Athalon y puedo sentir un fuerte lazo de amistad que los une. Llenlleog y Athalon hablan durante muchas horas, sentados en un tronco ubicado en las cercanías del hogar del sajón. El evangelista en varias ocasiones incluye en sus conversaciones palabras provenientes de pasajes bíblicos, mientras anima al joven a convertirse a su fe; pero para disgusto de él, únicamente consigue unas risas y miradas sarcásticas mientras le responden con una pregunta muy habitual en sus largas platicas: -¿quieres que padre me ofrezca de sacrificio para los dioses?, ¡estás loco!- Llenlleog sabe que es solo una excusa y aunque no le agrada la respuesta, esta no merma la amistad que siente por aquel hombre de brillantes cabellos.

 

Veo una gran cantidad de conversaciones juntos, como evocaciones fugaces que surgen de la cabeza tonsurada del misionero. Entre tantas, contemplo como este le enseña su lengua natal al joven bárbaro y como el tiempo hace que entre ellos comiencen diálogos en una lengua germánica, finalizando en cortas frases gaélicas. Los recuerdos se centran en un evento del cual, sentimientos de tristeza surgen del alma del cristiano. Recuerda ver a su amigo colgado por una soga del cuello, sujetada por la gruesa rama de un árbol, ahorcado como un vulgar ladrón sin serlo. -¿Qué hizo para que lo ajusticiaran así?- pregunté en mi mente, mientras la imaginación de mi anfitrión emula imágenes en las que se encuentra recibiendo una fuerte golpiza provocada por una bandada de infieles; el joven Athalon se presenta en la escena para socorrer a su amigo. El grupo de salvajes paganos, cargados de ira al ver a su compatriota defender un extranjero, arremeten contra el sajón sin darle oportunidad para defenderse. La paliza que Llenlleog recuerda, acogida por su amigo es grotesca y en su memoria, lo único que puede recalcar de manera clara es como su defensor es elevado del cuello por la arbitraria cuerda. De pronto, mi mente se conecta con la del seguidor de cristo y volvemos a su actualidad. Poco tiempo había transcurrido desde el asesinato de nuestro amigo, pero la melancolía continuaba presente. 


Ya como un solo ser unido en cuerpo y alma, me encuentro caminando de regreso al improvisado monasterio, cuando inesperadamente las lágrimas surgen de mi ser; un llanto incontrolable excede mis capacidades para controlar el cuerpo, pienso en la gran amistad que tuve y como trágicamente finalizó. Vislumbro el sacrificio de Athalon y lo comparo con el de nuestro señor por los pecados de la humanidad. De manera voluntaria, decido dirigirme a un risco elevado que se encuentra al sur de la urbe habitada por los paganos. Ya emplazado frente al abismo, rezo una pequeña oración y en mi mente surgen las palabras -“no puedo soportar la pérdida señor, es mucho para mí. Perdóname por esto”. De pronto, me coloco de espaldas al acantilado y cerrando los ojos, me dejo caer al vacío, perdiendo la consciencia antes de sentir como las rocas reciben mi inerte cuerpo.

 

Despierto acostado en el mismo lugar y en la misma posición en la que quedé por un breve espacio de tiempo. Como venía de ejercitarme, tenía presente la hora en la que ocurrió este suceso y pude calcular que esta experiencia no pudo tardar más de veinte minutos. Contrario a los eventos anteriores, mis pensamientos no se tornan a nuestro personaje; se centran en mí. Comienzo a reflexionar que tan fuerte puede llegar a ser una amistad y como en momentos de soledad, estas pueden ser un resplandor de luz que nos estimulan a continuar. También comprendí que los amigos son un maravilloso regalo que puede ser de gran apoyo en los momentos de mayor adversidad y que muchas veces desvaloramos su verdadera valía, apreciándola hasta que no están disponibles.


Posterior a esta experiencia, mi concepto de amistad cambio drásticamente, recordando todo el apoyo que recibí de mis amigos en esos meses de pena y dolor.


Dedicado a mis amigos Madrigal y Ureña.


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