Mis Vidas Pasadas: V Joven Marinero


Una noche tranquila después de un día habitual, me sitúo en la sala de la casa para ver televisión por un rato. Pasado un tiempo, y ya acostado en mi cama, dispuesto a conciliar el sueño, siento como de manera involuntaria mi mente se transporta de nuevo a la siguiente aventura. Sin proponérmelo, caigo en una nueva vida.

 

Soy un joven, cuento cuando mucho con 16 años.  No puedo distinguir de donde son mis orígenes, pero si noto como mi lengua emula una especie de portugués, aunque no soy de esas tierras. Me encuentro subiendo en un barco que me llevara como destino al nuevo mundo. Desde niño siempre quise ser marinero, el mar es mi vida. Me embarqué en esta travesía con la promesa de riquezas, riesgos y fortuna. Al poco tiempo de partir del Puerto de Lisboa, siento como la aventura llama a mi alma mientras descubro al radiante sol asomarse en lo alto del cielo y el viento golpear suavemente mi cara. - No me equivoque de vida, me digo a mi mismo…

 

Llevamos unos días en la mar, hemos alcanzado puerto en una isla lusitana para cargar provisiones, descansar y divertirnos un poco. Encontrándonos en el segundo día, la tripulación de la nave se ve aumentada de forma significativa por otros hombres, los cuales son convocados por la causa de nuestro Capitán. Reciben las mismas ofertas con las que un día me orientaron a abrazar la travesía; -el capitán resulta ser muy persuasivo cuando se lo propone, escucho a mi mente decir, entre tanto mis ojos no dejan de observar a mis nuevos compañeros. Esa noche, pasado de tragos, bebiendo sidra y vino con mis colegas en una taberna, escucho sus historias llenas de experiencias, amores perdidos y hermanos caídos; y mientras las carcajadas se apoderan de sus rostros y me llenan hasta rebosar la jarra con más alcohol para darme un “bautizo apropiado”, en el centro de mi pecho nace un sentimiento puro y verdadero, fruto de la conexión especial con estos hombres; y como si de una hermandad de caballeros unidos por una misma Orden se tratara, concibo el inicio de un sinfín de travesías y aventuras juntos. Posterior a estos hechos, volvimos al navío después de varias noches en las cuales el alcohol y las mujeres continuaron siendo la principal fuente de nuestros placeres. No puedo dejar de pensar que este es el pináculo de mi vida y no puedo desaprovechar cada parte de tiempo que se me ofrece.

 

El viaje continúa por varias semanas más. De pronto, desde el carajo se escucha un grito; no puedo entender lo que el hombre situado en la parte alta del mástil está diciendo, no es mi idioma el que percibo, pero sé que algo malo sucede. Un individuo de edad más avanzada a la mía y en una especie de castellano, me expresa que vea hacia el horizonte, que pronto habrá una tormenta. No siento miedo, pues me encuentro con mis amigos; marineros de amplia experiencia. Además, nuestro Capitán planea y ordena qué debemos hacer para atravesar la tempestad sin mayores contratiempos. Pasadas unas horas y prestos para la batalla, la tormenta alcanza nuestra nave. Por varios minutos la adrenalina se apodera mí cuerpo, siento la vitalidad y la energía de un joven insaciable de acción; pero después de un tiempo, con el cuerpo empapado, cansado y con frío, observo como el torrencial y el constante movimiento de la embarcación producto del oleaje, hacen que la cubierta se vuelva una línea llana, desbalanceada y resbalosa. Dos tripulantes caen al feroz océano siendo tragados por las violentas capas de agua, perdiéndose en su extensión en cuestión de segundos. El agua que ingresa por el pique de las olas y el diluvio venido del cielo, han hecho que el navío poco a poco se vaya sumergiendo y se una con el mar. De pronto, nos vemos en medio de dos olas gigantescas, las cuales solo tienen por objetivo hundir lo que queda del barco; un monje que nos acompaña, con tristeza en su rostro y articulando unas palabras casi mudas por el estruendo sonido de la tormenta, nos invita a rezar al ver que nuestro final está cerca. Todos nos colocamos juntos, de rodillas, pidiendo la exculpación de nuestros pecados, mientras por mi mente el nombre de Jana resalta en mis pensamientos: “adiós Jana, lo siento mucho”.

 

Abrí mis ojos de modo exaltado. Me preocupé al ver que, sin la intención de reparar otra experiencia, esta ocurrió. Recuperé la calma y comencé a reflexionar sobre este joven: Se encontraba disfrutando su cúspide, se sentía realizado y aun faltando apreciar más maravillas que deparaba su vida, el destino le dio una estocada a cualquier aspiración que pudiese tener. Esto me hizo madurar la siguiente idea: “puedo realizar cualquier acción por medio de mis decisiones, pero el destino dispondrá su resultado.”


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