Mis Vidas Pasadas: I Isabella


   Me gustaría compartir una historia que sucedió hace unos años atrás. Podía contar mis 27 cuando esto ocurrió y fue el desencadenante de muchas otras vivencias que tuve. Recuerdo que era una de esas tantas noches que no podía dormir (algo muy típico en mi). Pasada la oscuridad me acosté en el sofá de mi casa, eran poco más de las 5 de la mañana. Cerré mis ojos para tratar de conciliar el sueño. Traté de dormir de la forma en que aprendí en uno de los tantos ejercidos que vi en internet: controlando mi respiración para calmar el ritmo cardiaco. Durante los primeros 2 o 3 minutos sentí que estaba surgiendo un efecto positivo y que pronto conciliaría el sueño. Sin embargo, fue todo lo contrario.

 

En ese instante ocurrió algo que nunca esperé que pasara, de esas cosas que uno no puede describir ya que no se tiene experiencia para compararlo. Recuerdo caer en un silencio total, aún consciente, pero inmóvil. Creí tener lo que comúnmente llamamos parálisis del sueño. Mi mente aún lucida, comenzó un viaje del cual no era posible salir o alterar, como si estuviera en una especie de túnel en un oscuro total. De pronto lo negro se vuelve luz, en cuestión de instantes, como si de una película se tratará, me encuentro en el cuerpo de una niña, soy joven y feliz jugando con una muñeca hecha de paja. Las personas que me rodean son señores toscos y con ropas anticuadas, hablan un idioma extraño, como una especie de alemán, pero no lo podía distinguir. Mis pensamientos competían con los de la pequeña mente de esa niña. “Isabella, Isabella!” de pronto me llaman, ¿soy yo? -sí, definitivamente me llamo así, hermoso nombre dijo mi mente al mismo tiempo que mi niña externa sentía felicidad al ver el rostro de la señora que lo mencionó. Era mi madre, una mujer joven, la cual le calculé poco más de veinticinco años. No era hermosa, pero para mí era el mundo entero. Dentro de las remembranzas que tengo de este extraño “sueño”, recuerdo llegar a una casa pequeña en el centro de un pueblo sacado de los cuentos de los hermanos Grim. Esta es mi casa, escuche en los pensamientos de la niña, y su madre cogiéndole la mano derecha invitándole a entrar.

 

Mi mente viaja más allá y pasan los años de esta niña, quien se convierte en una muchacha hermosa de tez palida, cabello rubio y ojos claros, aunque no recuerdo bien el color. En este periodo de tiempo al pueblo llegó un carruaje, no tan glamoroso como otros que en los pensamientos de Isabella existían; supongo que ya había tenido la oportunidad de ver otros. De él se bajó un señor, el cual podía distinguir era un sirviente de la casa a la cual pertenecía la carroza. Este sujeto se dirigió donde la autoridad; no puedo decirle gobernador o alcalde, porque era diferente el concepto que mi mente tenía del que Isabella conocía. Este señor de autoridad llamó a varias jóvenes que vivíamos en el pueblo, nos puso en frente del sirviente. Describo los sentimientos de Isabella como nerviosa y asustada, y de no saber lo que está pasando. Siente que la van a arrebatar de su hogar, de la madre, que la van a vender como a mujeres fáciles. El señor me observó y con un bastón, tocó mi pecho. El tiempo nuevamente viaja más rápido y veo a ese mismo señor hablando con mi madre y otro sujeto al cual no puedo distinguir su cara. Quiere que se una a la casa de su señor para ser acompañante de la hija que tiene; le ofrece mucho dinero a la madre y al hombre que se encuentra a su lado, prometiendo el bienestar de la joven. La madre dolida acepta y le dice que es por su bien y hasta puede que consiga a alguien que le dé una mejor posición en esta vida, pero yo no lo quiero y, aunque acepto, mi alma la siento destruida. En este preciso momento ya no distingo cuales son mis pensamientos y los de Isabella.

 

El tiempo sigue su marcha y me encuentro unos años más adelante en una hermosa mansión. María, la hija del señor de la casa, es realmente mi amiga y, aunque en mis memorias se recuerda un principio desagradable y poco alegre, el tiempo nos ha acercado, como si una hermana que siempre añoré se encuentre ahora en ella. ¿Mi señor es un noble? En efecto. No es de la más alta nobleza, pero su familia si tiene mucho prestigio y cuenta con grandes propiedades. María no era la única en esa casa; también estaba su hermano, y por más que trate, aún al día de hoy, no logro recordar su nombre ni un mote cariñoso. Él es un joven del cual yo me siento enamorada, de muy hermoso rostro y puede que sea unos cuatro años mayor que nosotras. María no le gusta como yo miro a su hermano y siento que eso es lo único en lo que no nos llevamos. Ella me recuerda que él y yo somos de dos mundos distintos, recordando en mis pensamientos la palabra “pedigree” muchas veces. Los recuerdos vuelven a avanzar a ritmo acelerado; ahora el joven y yo hablamos más y compartimos tiempos en un salón de la casa. Él está enamorado de mí, me hace sentir muy bien su compañía. Dentro de los pensamientos no puedo ver más allá de un simple beso en sus labios, una ocasión que casi nos descubre María, pero nada más.

 

El tiempo vuelve a pasar muy rápido y ahora yo con unos 20 años aproximadamente, recibo en una noche lloviznosa un mensaje, el cual decía que mi padre había muerto (Es curioso, porque a pesar de tener esa edad y poder ver toda la vida de una mujer que no sé quién era, en ningún momento recordaba a su padre, hasta este punto). Me dolió mucho su perdida, pero me dolía más lo que comienza a suceder. ¿Por qué tengo que irme de esta casa? Ya yo no pertenezco a ese pueblo, aunque soy feliz de volver a ver a madre, no quiero ser “Dofbebona” nuevamente (si me preguntan qué es eso, ni idea que es ni como se escribe, pero recuerdo muy bien que esa palabra retumbaba en mi cabeza como algo muy malo). Al llegar a mi antiguo lugar de origen, mi madre me comenta que ella no puede mantener la casa y mi padre antes de morir, me prometió a un señor del pueblo con un poder económico mediano. Acá entendí por qué no recordaba a mi papá. No era un hombre malo, pero sí muy influenciable y un poco cobarde, cosas que detestaba en una figura masculina. Llega un momento en que reconozco al señor con el que me casaría, alto, gordo y con un rostro tosco. Tampoco puedo recordar su nombre, pero si su sobrenombre “majú” (nuevamente, no sé cómo se escribe), pasa el tiempo y veo como muchos sucesos pasan en mi vida. Comienzan vagas memorias, como el hecho de escribirme con María y esconder las cartas en una parte del salón de mi casa. Dentro de las cartas de María me comenta que su hermano se casó y en otra, años después, como perdió a su esposa. Cuando podía contestar, le pedía a María venir por mí; siempre esperaba que ellos dos llegaran y me sacaran del pueblo, pero nunca se dio. Hay otro momento de los recuerdos en que majú descubre las cartas y me golpea muy fuerte.

 

A pesar de no amar a majú, no lo detesto y le tengo cariño, aunque me dolió nunca poder darle un hijo. Nuevamente pasan los años y majú muere. Puedo ver mi rostro muy claramente; ya soy una señora mayor, calculo que en ese momento cuento con unos 76 años y también ver el año en el que estoy, 1823. Sé que mi fin está próximo y que el dolor más grande que tuve en mi vida fueron dos cosas; no ser rescatada por la familia adoptiva que tanto amé, y no tener hijos que me acompañaran.

 

Después de todo esto, pude abrir mis ojos y estar nuevamente en la realidad. Me sentí como cuando se vuelve de un largo viaje de vacaciones y se tiene que volver a la normalidad. Personalmente puedo decir que la melancolía dominaba mis sentimientos y una fuerte tristeza me absorbió por completo. Esta sería la primera vez que tuve una experiencia así. Poco tiempo después un señor al cual le tengo mucho afecto, me dijo que tal vez haya sido una regresión que tuve. Aunque soy muy creyente de estos temas, no lo tomé en serio hasta pasado un tiempo en que comencé a vivir lo que yo llamaría “vidas pasadas”.

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