Mis Vidas Pasadas: IV Ebrard
Hoy les quiero a escribir sobre vagos recuerdos
que llegaron a mi memoria en una de mis tantas sesiones. Esta, aunque fue una vivencia
corta, puedo decir que las emociones sentidas fueron muy potentes. En un
sentido más amplio, considero, al ser una vida fugaz, solo vienen a mí
los recuerdos más puntuales, por lo que debieron ser hechos que marcaron la
vida del personaje con el cual me uno.
Nuevamente me conecto con otra persona. Soy un
niño, aproximadamente tengo 3 o 4 años, vivo con mis padres en una casa de
madera y lodo. Mamá esta triste, llora constantemente y desconozco el motivo.
Me duele mucho mi estómago y obro constantemente. Este dolor no es normal, no
lo he sentido nunca en mi vida. Mi mente divaga por las fiebres que me aquejan.
Siento tanto dolor dentro de mis entrañas que hacen que pierda el sentido de lo
que sucede a mi alrededor. Un hombre llega a la casa, no logro distinguir quién
es, pero el dolor desaparece lentamente y la tranquilidad vuelve a mí.
Me llamo Ebrard, ahora joven, soy un campesino que me
dedico a criar ovejas en Aquitania. Vivo en las tierras de mi señor. Rumores
llegan al pueblo de un Rey del norte que viene nuevamente a reclamar nuestras
tierras como suyas. Los hombres del pueblo exaltados deciden que hay que luchar
por nuestras familias y nuestro señor. “No podemos permitir que lleguen extranjeros
a quitarnos lo nuestro” dicen muchos de los habitantes; pero yo no estoy muy
convencido de esto, no soy un hombre de armas. Mi alma me dice que no es buena
idea: en mi interior siento el deseo de ser una persona dedicada a Dios, y
aunque sé que nunca lo podré ser, mis ideales continúan presentes, aun en la adversidad.
El tiempo transcurre, me encuentro en medio de una
batalla en la cual estoy a punto de luchar en contra del enemigo que quiere robarnos
las tierras. El principal sirviente del noble es un señor de baja estatura,
tiene un bigote muy llamativo, el cual lo acompaña una barba corta, su vello no
se cierra del todo en su costado derecho por una cicatriz vertical. Él nos une en una
fila para contener los primeros ataques del ejército que se encuentra frente a
nosotros, me colocan en la delantera. Al momento, caen muchas flechas del cielo y a cómo
puedo, coloco el escudo sobre mi cuerpo, pero mi pie diestro queda expuesto. Un
dardo logra asestar en él, me duele mucho, tengo miedo, quiero irme… pero no
puedo. Los hombres detrás mío empujan a la primera fila para continuar mientras
detrás del bloque, el sirviente nos grita para mantener la formación.
Somos muy pocos para resistir la horda que se
encuentra frente a nosotros. Nuevamente siento como este joven sabe que su
muerte esta próxima, pero no puede hacer nada. Un hombre junto a mí me dice que
no tenga miedo, Dios siempre recibe a los primeros en morir frente a las batallas.
Siento como mi estómago flaquea y los constantes sentimientos de pavor hacen
que vomite, aunque sea únicamente saliva. Con lágrimas en los ojos, veo como el
sirviente del señor indica que soportemos, ya que esto será breve. En ese
momento mi mente se separa de la del joven Ebrard. Noto con claridad el
terreno donde me encuentro: un prado muy verde y extenso, el cielo celeste y
despejado. Logro sentir el calor abrumador del sol, en tanto escucho a los hombres rezar
mientras esperan la embestida que acabaría con sus vidas.
Al incorporarme nuevamente con el cuerpo y mente
del joven, veo como nuestro señor cabalga frente al campo con otros soldados.
Valientemente, se dirige al frente y el grupo de enemigos que se encuentra contrario
a nosotros deja de gritar. Veo además, como señores de este bando se reúnen con él en
medio del campo que está destinado para nuestro final, pero ocurre algo
inusual. Dios se ha apiado de nosotros por la gallardía de mi señor. No
tendremos que enfrentarnos a nadie. Mi gozo crece y la tranquilidad vuelve a mi
vida… no moriré hoy.
Ahora estamos junto al que fue nuestro enemigo;
sin embargo, los hombres de mi pueblo no están felices de esta decisión: “peleamos
para defender nuestro hogar, no para asesinar a nuestros hermanos” murmuran a
regañadientes. Varios de nosotros nos las ideamos para desertar, es una acción
arriesgada, pero debemos hacerlo. Llevamos varios días huyendo de unos hombres que
nos persiguen… no pudimos escapar. Nos detienen y nuevamente, como la mayor
parte de mi vida, el miedo se apodera de mí. El comandante de este grupo de
hombres me ve al rostro y ríe sarcásticamente. Toma la daga del cinturón que
llevaba en su cintura y lo encesta en mi abdomen. Siento mucho dolor, pero me
mantengo de pie; no quiero darle el placer de verme sufrir. Dos soldados me
sujetan de los hombros mientras su líder me ata de las piernas con una cuerda. Ya
un poco mareado, logro observar como en el otro extremo de la soga hace un nudo
que la une a su caballo… me arrastra por un trillo en medio del bosque y
mientras esto sucede, pierdo la consciencia, despidiéndome de este mundo.
Cuando recupero la noción y logro abrir mis ojos,
aún podía sentir como la parte posterior de mi cuerpo sentía un adormecimiento;
como si hubiese estado siendo arrastrado por un largo periodo de tiempo. No sé
si la mente me jugó una mala pasada y recreó lo que sintió nuestro protagonista;
pero sí sé y estoy convencido de ello, es que el joven Ebrard al final de su
vida pudo sentirse orgulloso de morir valientemente y no desfallecer frente a
su enemigo.
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