Capítulo III: "Intriga en Londres"

 


Capitulo III 


Los meses transcurrieron rápidamente, y la amistad entre los dos jóvenes, que en un principio había sido fría y distante, se consolido con fuerza inquebrantable en 1885. Sus negocios llegaron a tener éxito relevante en el el norte de América y en el continente europeo.

Sin embargo, al llegar 1886, una inquietante carta cayó en manos de Bernardo y Rafael.

El remitente de la nota, Miguel González, su amigo y socio en el negocio de café en Inglaterra, había escrito desde Londres con noticias alarmantes. La situación del negocio era crítica. Problemas de abastecimiento, clientes descontentos y, lo que era aún más preocupante, indicios de un posible sabotaje. La carta, cargada de urgencia y miedo, terminaba con un ruego: "Bernardo, gallo, deben venir a Inglaterra. No puedo manejar esto solo".

La gravedad de la situación era evidente. Bernardo y Rafael, tras un intercambio de miradas llenas de determinación, decidieron que debían actuar. No solo era su inversión y su futuro lo que estaba en juego, sino también su reputación y la promesa de un sueño compartido.

Así, los amigos comenzaron a preparar su viaje.

—Partiremos en dos días —anunció Bernardo mientras revisaban la carta. La luz de la candela en a un costado del escritorio de Bernardo, iluminaba el estudio donde habían pasado tantas horas planeando su futuro—. Necesitamos asegurar el negocio y averiguar quién está detrás de esto.

Rafael, con una chispa de malestar en su mirada y de manera crítica, respondió:

—Maldito Miguel —expresó con ojos coléricos—. Ni en una situación como esta puede dejar de molestarme con eso de “gallo”.

—¿Vas a comenzar con eso? —Respondió Bernardo, un tanto molesto—. Además, el apodo te ha dado fama en los negocios y en la política, deberías agradecerle.

Rafael entró en razón y retomó el tema principal.

—Tienes razón, disculpa, hermano. Debemos asegurarnos de que nadie más intente sabotearnos. No permitiré que un rufián arruine lo que hemos construido.

Los dos días transcurrieron con poca diligencia, más por la impaciencia de Bernardo y Rafael que por la naturaleza. Bernardo solicitó a su comandante una licencia para ausentarse del servicio durante el tiempo que se encontraría fuera del país, el cual se lo dio sin ningún impedimento; mientras Rafael organizó los detalles de la administración de los negocios a su padre.

Ya a su salida de la estación, el trayecto desde San José hasta Limón fue una mezcla de expectación y tensión. Mientras abordaban el tren, la adrenalina corría por sus venas. Era un viaje común para muchos, pero para ellos, era el inicio de una aventura que podría cambiar el rumbo de sus vidas.

Mientras el tren avanzaba por los paisajes verdes de Costa Rica, una sensación de seguridad envolvía a los jóvenes. La conversación fluía entre ellos, hablando de los negocios, el futuro y lo que sucedería al llegar a Londres.

—¿Te has puesto a pensar en el potencial que tiene el algodón en México? —preguntó Rafael, mirando por la ventana mientras el paisaje se deslizaba a toda velocidad—. La demanda está creciendo, y si logramos establecer una buena red de distribución, podríamos hacer una fortuna.

Bernardo asintió, su mente ya corriendo con las posibilidades. —Eso es cierto. Además, el café en Europa sigue siendo un producto estrella. Miguel ha mencionado que hay un aumento considerable en el interés por el café costarricense. Si logramos asegurar nuestro mercado en Londres, podríamos convertirnos en los proveedores preferidos por varios burgueses anglos.

—Aunque también tengo un el presentimiento sobre lo que nos espera al llegar —dijo Rafael, frunciendo el ceño—. Si la situación es tan complicada, no quiero ni imaginarme cómo estarán las cosas en la oficina de Miguel.

—Tienes razón, pero que majadería la nuestra la de meternos en problemas en Londres, sin siquiera haber llegado —respondió Bernardo, tratando de ocultar su inquietud con una leve sonrisa.

Rafael complementó con una risa, aliviando un poco la tensión. —¡Imagínate! El escándalo: “Dos jóvenes de Costa Rica se hunden en un mar de café al ser atacados por una turba de comerciantes enfurecidos”. Sería un titular memorable, sin duda.

—No lo digas tan alto, podríamos hacer que eso se convierta en realidad —replicó Bernardo, sonriendo a su vez. Sin embargo, su rostro se tornó serio al recordar la carta de Miguel.

Rafael, notando el cambio de humor, decidió suavizar el ambiente. —Pero antes de que nos ahoguemos en preocupaciones, ¿no te parece un poco gracioso que ese primo tuyo, el mayor Quirós, te deteste tanto? Hasta parece que te echó del cuartel sin ningún ánimo de que volvieras.

Bernardo frunció el ceño y se cruzó de brazos, haciendo una mueca infantil. —Sí, bueno, no hablemos de eso. Su opinión no me importa. Solo porque le recordé que su hermano Juan es mucho mejor militar que él no significa que deba llevar una cruz en la frente.

—¿Te parece poco? —Rafael rió abiertamente—. No sé si fue el comentario, pero definitivamente la cara de Quirós debió ser un espectáculo digno de ver. Envidia el éxito de su hermano y para peores, se lo echas en cara.

Bernardo, aún con la mueca, no pudo evitar reírse también. —De acuerdo, admito que no fue mi mejor movimiento, fue muy tonto de mi parte. Pero ya basta de hablar de él. Lo que realmente importa ahora es asegurar nuestro negocio y volver a casa con buenas noticias.

—¡Eso es! —exclamó Rafael, animado—. Vamos a conquistar Londres, amigo. Al diablo con Miguel Quirós y sus resentimientos. Nos vamos de aquí para triunfar.

Sin embargo, las risas fueron interrumpidas abruptamente durante la noche, cuando posterior al transbordo ocurrido en los cerros, un hombre de traje elegante y sombrero color gris, con un aspecto sobrio, pero con ojos ruines irrumpió en su vagón.

El sujeto, con un cuchillo en mano y una expresión feroz, se abalanzó sobre Bernardo, su objetivo evidente, acabar con su vida.

—¡Muerte a los Guardia! —gritó, su voz cargada de rabia mientras levantaba el cuchillo.

Bernardo, sorprendido, no tuvo tiempo de reaccionar. Pero Rafael, aunque torpe y algo descoordinado, no dudó. Con un carácter inesperado, se lanzó hacia el atacante, intentando desviar su atención. En un movimiento que sorprendió incluso a sí mismo, logró empujar al agresor, haciendo que el cuchillo se deslizara peligrosamente cerca de Bernardo, pero sin lograr herirlo.

—¡Aléjate de él! —gritó Rafael con una mezcla de miedo y determinación, luchando con el asaltante. 

La lucha fue breve pero intensa. El vagón se llenó de caos, con pasajeros gritando y tratando de huir. Rafael, aunque descoordinado, usó su fuerza para intentar someter al agresor. Con un empujón final, logró derribarlo, y el hombre cayó al suelo, incapacitado por la sorpresa y la ferocidad de Rafael.

El ataque dejó a ambos jóvenes temblando. Bernardo respiraba con dificultad, el sudor perlaba su frente mientras se recompuso. Miró a Rafael, sus ojos reflejaban una mezcla de gratitud y asombro.

—No sé cómo lo hiciste, pero... gracias, amigo. No puedo creer que me hayas salvado.

Rafael, aún recuperándose del susto, se rió nerviosamente.

—No fue nada, solo actué por instinto. —expresó aun agitado y sorprendido—. Aunque debo admitir que he estado mejor en otras peleas.

—De igual manera, gracias Rafael.

— No es nada, pero creo que deberías dejar de usar el apellido Guardia… para evitar, solo digo. —Expresó sarcásticamente Rafael para calmar los ánimos, levantando sus manos y cejas a modo de inocencia.

La atención del tren se centró en el atacante, que fue rápidamente acorralado por otros pasajeros y el personal del tren. 

El sujeto a como pudo, se incorporó de forma enérgica y de una forma poco audaz, abrió la puerta del vagón y se lanzó al exterior. La oscuridad de la noche no permitió a ningún testigo verificar sí el malandro había sobrevivido de aquel torpe escape.

Tras la llegada al puerto de Limón, el bullicio del lugar los envolvió como una marea de emociones. El aroma del mar, mezclado con el olor a especias de los comerciantes turcos locales, llenaba el aire mientras desembarcaban de la locomotora que los había traído desde San José en trayectos intermitentes.

La brisa cálida del Caribe acariciaba sus rostros, ofreciendo un momento de respiro ante las preocupaciones que llevaban a cuestas. Se detuvieron un momento para contemplar la vasta extensión del océano, donde las olas rompían con fuerza contra el muelle de madera, dejando espuma blanca como un reflejo de sus esperanzas.

A medida que se acercaban a la nave, un elegante barco de madera que se mecía suavemente en el puerto y ambos sintieron la mezcla de emoción y ansiedad.

Al subir a bordo, fueron recibidos por el crujir de la madera y el olor a sal y aceite de pescado que impregnaba el ambiente. Se acomodaron en un espacio modesto, pero acogedor, donde los pasajeros se reunían para compartir historias y risas. 

Durante las largas horas en el barco, la conversación fluyó naturalmente entre ellos. Sus pláticas continuaron, esta vez trataron de temas más personales. Rafael, con un brillo en los ojos, comenzó a compartir sus aspiraciones.

—Mi ambición es regresar a la política, Bernardo —dijo Rafael un día, mientras contemplaban el vasto océano—. Quiero ser parte del cambio en este país. Siento que hay mucho que puedo hacer.

Bernardo asintió, comprendiendo la pasión que ardía en su amigo.

—Sabes que mi deseo es ser General del Ejército. Defender a mi tierra y asegurar que la paz se mantenga.

Sin embargo, en las conversaciones sobre el futuro, también surgieron temas más íntimos. Hablaban de amores perdidos y sueños de romance, aunque Bernardo siempre encontraba la forma de desviar la conversación cuando se mencionaba el amor.

—¿No te gustaría conocer a alguien especial en Inglaterra? —preguntó Rafael en un tono juguetón, propio de los jóvenes, mirándolo de reojo con su frecuente juego de cejas y sonrisa sarcástica.

Bernardo sonrió, pero su mente rápidamente se llenó de pensamientos sobre Alejandra.

—No estoy seguro, Rafael. Mi corazón aún no olvida a Alejandra. Es complicado, y no creo que sea el momento adecuado para buscar a alguien más.

Rafael lo miró con comprensión, dándose cuenta de que el amor de Bernardo seguía siendo un tema sensible.

—Está bien, amigo —Dijo Rafael, agregando un comentario pícaro en aquella conversación para evitar que su amigo cayera en tristeza—. Sé que olvidar a semejante bombón no debe ser sencillo.

Bernardo cerró los ojos y tocando su frente con su mano izquierda frunció el ceño, marcando la frustración de los comentarios que frecuentaba Rafael.

—Pero no dejes que eso te detenga —continuó Rafael—. La vida es corta y el futuro incierto. Tal vez deberías abrirte a nuevas posibilidades.

Bernardo, aunque agradecido por el consejo y cansado al mismo tiempo por las palabras de Rafael, sabía que su corazón seguía anclado en el pasado. Mientras el barco avanzaba sobre las aguas, también reflexionaba sobre los desafíos que se avecinaban.

La idea de llegar a Inglaterra y enfrentarse a los problemas del negocio les llenaba de nerviosismo, pero también de emoción. Ambos estaban decididos a luchar por su sueño, sin importar los obstáculos que se interpusieran en su camino.

Así, entre risas y conversaciones profundas, los jóvenes compartieron ese viaje, no solo como socios en un negocio, sino como amigos inquebrantables, unidos por la ambición y la lealtad.

Al acercarse a la costa inglesa, sabían que se enfrentaban a un nuevo futuro incierto en sus vidas, un futuro con desafíos y oportunidades que pondrían a prueba tanto su porvenir como su determinación.

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