Reinos Perdidos: La Nostalgia Maldita

Javier había pasado su infancia inmerso en los videojuegos. Aquellos días de verano en que se quedaba hasta tarde, explorando mundos pixelados y viviendo aventuras épicas, le parecían lejanos y casi irreales. Un día, mientras paseaba por un mercado de pulgas, encontró un viejo cassette de RPG titulado "Reinos Perdidos". La nostalgia lo invadió, y no pudo resistir la tentación de comprarlo, convencido de que reviviría sus mejores recuerdos.


Al llegar a casa, se sentó frente a su consola retro y conectó el cassette. La pantalla parpadeó y reveló un mundo familiar, lleno de paisajes coloridos y criaturas fantásticas. Sin embargo, algo no encajaba. Los gráficos eran más oscuros de lo que recordaba, y la música, aunque nostálgica, tenía una tonalidad inquietante.


A medida que avanzaba en el juego, las misiones empezaron a tornarse extrañas. En lugar de rescatar princesas o derrotar dragones, Javier se encontraba atrapado en acertijos macabros que le obligaban a tomar decisiones morales perturbadoras. Cada elección parecía tener consecuencias más serias de lo que él recordaba. Los personajes con los que interactuaba, que antes eran simpáticos y entrañables, ahora eran sombras de lo que solían ser, con miradas vacías y sonrisas inquietantes.


La atmósfera se volvió opresiva. Los paisajes coloridos se transformaron en bosques tenebrosos y ciudades en ruinas. Al alcanzar un nuevo nivel, una advertencia apareció en la pantalla: "¿Estás listo para el siguiente paso? Ve más allá de lo que conoces".


Javier, atrapado en su deseo de nostalgia, decidió aceptar la invitación. De repente, la pantalla se oscureció y fue como si un vórtice lo absorbiera. Un instante después, se encontró dentro del juego, en un mundo 2D que era un laberinto de horror y desesperación. Cada movimiento que hacía, cada decisión que tomaba, lo acercaba más a un destino aterrador.


Los personajes que antes eran amigos se convirtieron en enemigos, y los monstruos que pensó que podía derrotar ahora eran sombras de su propia conciencia, representaciones de sus miedos y fracasos. Javier se dio cuenta de que no solo estaba atrapado en un juego; estaba atrapado en su propia nostalgia, en un ciclo que lo mantenía prisionero, alimentándose de sus recuerdos y transformándolos en pesadillas.


Desesperado, intentó encontrar una salida, pero cada vez que creía haber encontrado una solución, el juego lo devolvía al mismo punto, como si se burlara de él. La voz del narrador, una entidad oscura que parecía conocer sus pensamientos más profundos, le susurraba: "Tu viaje apenas comienza. La nostalgia nunca te dejará escapar".


Mientras luchaba por su libertad, Javier comprendió que había invocado algo más que un simple juego; había desatado una fuerza que lo mantenía atrapado en un ciclo interminable de dolor y desesperación. Para escapar, tendría que enfrentarse a sus propios demonios y tomar decisiones que jamás habría imaginado.


Finalmente, en un acto de desesperación, decidió renunciar a la nostalgia. Enfrentó al monstruo que había creado, un reflejo distorsionado de su infancia que lo mantenía cautivo. Con cada decisión valiente, comenzó a desvanecer la oscuridad que lo rodeaba. En un último enfrentamiento, gritó: "¡Ya no más!".


La pantalla parpadeó una vez más, y un brillo cegador lo envolvió. Al abrir los ojos, Javier se encontró de nuevo en su sala, el cassette aún en la consola, pero el juego ya no estaba funcionando. La nostalgia, aunque tentadora, había revelado su verdadero rostro: un camino hacia la oscuridad. Y aunque había escapado, sabía que nunca podría olvidar lo que había vivido.

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