Capítulo VI: “Entre Pasiones y Promesas: la Historia de Bernardo y Alejandra”
Hola a todos. Les traigo el último capítulo de la historia entre Bernardo y Alejandra. Agradezco a todos los que apoyaron este pequeño proyecto y espero que lo hayan disfrutado. Muchas gracias.
Capítulo VI
Alejandra regresó a su hogar con Don Ernesto, sabiendo que su vida nunca volvería a ser la misma. El trato que había hecho con su esposo la condenaba a una existencia vacía, llena de silencios incómodos y miradas tortuosas. Ernesto, por su parte, mantuvo su palabra. Aunque sabía la verdad, jamás mencionó el asunto nuevamente.
Ante la sociedad, el hijo de Alejandra fue presentado como suyo, y la familia evitó así el escándalo que habría arruinado su reputación.
Sin embargo, el precio de ese silencio fue alto.
Alejandra vivió el resto de los días de su esposo atrapada en una jaula de oro, cuidando de su hijo mientras su corazón permanecía junto a Bernardo, aquel hombre que nunca dejaría de amar. Aunque permaneció en su hogar, en lo profundo de su ser, cada día deseaba haber podido escapar con el amor de su vida y haber vivido una historia diferente, lejos del mundo que los rodeaba.
Los caminos de Alejandra y Bernardo se separaron, pero la historia continuó, como un rumor que nunca desapareció. A medida que los años pasaban, las tierras de los cafetales donde ambos habían crecido siguieron siendo un testigo mudo de sus risas infantiles, de los paseos bajo el sol y de los susurros inocentes de su juventud.
Los trabajadores, las familias y los vecinos de la región recordaban con nostalgia aquellos días cuando los dos parecían destinados a unirse para siempre, antes de que el destino los apartara de la forma que lo hizo.
Alejandra, a pesar de las circunstancias que marcaron su vida, encontró una especie de paz resignada. Su hijo, Alejandro, fue la fuente de su orgullo, aunque el sacrificio de su vida pesaba cada día más sobre sus hombros. La presencia de Bernardo siempre estuvo en su mente, pero ella supo mantener el secreto con una dignidad que le ganó el respeto de la sociedad.
A medida que Alejandro crecía, su madre lo educó con toda la dedicación y el amor que pudo ofrecerle, esforzándose en darle una vida segura y respetada. Nadie podía negar que era una mamá devota y una esposa ejemplar.
Don Ernesto, por su parte, crió a Alejandro hasta el final de sus días como si fuera suyo, a pesar de que el vínculo entre él y Alejandra nunca fue amoroso. Ellos, ante la sociedad se mantuvieron unidos y respetuosos, pero en la intimidad de su hogar, el silencio era una constante. Los dos vivieron como extraños, indiferentes y atrapados en un pacto de conveniencia que ninguno de los dos podía romper sin desatar una tormenta.
Bernardo, por otro lado, con el pasar de los años pudo borrar a Alejandra de su vida.
A pesar de su éxito en la carrera militar y su vida en la sociedad de San José, su mente algunas veces recordaba de manera dulce e inocente los cafetales de Alajuela, donde había vivido momentos felices.
Cada vez que regresaba a Alajuela, sólo por breves visitas a sus tíos, su mirada siempre se dirigía hacia la casa de los Flores, con la esperanza de ver cualquier señal de Alejandra o de su hijo, aquel niño que sabía que era suyo, pero al que nunca podría reclamar como tal.
Las familias de los protagonistas de esta historia sabían lo que había detrás de las apariencias, pero en una sociedad tan cerrada y rígida, los secretos eran parte del tejido social, y la discreción era la moneda de cambio. Ellos siempre se encargaron de que los dos amantes no volvieran a surcar caminos en aquellas tierras.
En cuanto a los habitantes de Alajuela, las miradas ocultas, los chismes en las esquinas y las conversaciones veladas en las cafeterías y cantinas, mantenían viva la leyenda de Alejandra y Bernardo, un amor que desafió las normas, pero que al final sucumbió ante las presiones de una sociedad que no permitía desviaciones.
Con el tiempo, las tierras de los cafetales cambiaron por barriadas y nuevas extensiones urbanas; las familias se dispersaron, y las generaciones que conocieron de cerca la historia fueron desapareciendo.
Sin embargo, el eco de aquella pasión y sacrificio quedó grabado en la memoria colectiva. A medida que los años se convirtieron en décadas, la historia de Alejandra y Bernardo se transformó en una leyenda local, un relato de las que algún día fueron jóvenes, contaban a sus nietos en las noches, como una advertencia sobre los peligros del amor prohibido y las tragedias que puede desatar el destino.
Para algunas abuelas, Alejandra fue vista como una mujer que tomó decisiones difíciles para proteger a su hijo; una víctima de las circunstancias, atrapada entre el amor y las expectativas sociales. Para otras señoras, Bernardo erróneamente fue recordado como el hombre que nunca pudo vivir plenamente el amor que tanto anhelaba, un héroe silencioso cuya verdadera batalla no se libró en campos de guerra, sino en el interior de su corazón.
Las historias pueden ser narradas de acuerdo a las necesidades de quien las cuenta…
Aun así, el amor entre Alejandra y Bernardo, aunque nunca pudo florecer plenamente, dejó una marca imborrable en la historia de su tierra. Fue un amor tan intenso como prohibido, una saga de pasión y sacrificio que resonó en las calles Alajuela, recordándole a todos que, aunque la sociedad puede dictar las reglas, el corazón siempre sigue su propio camino, incluso cuando ese camino lleva al silencio y al sacrificio.
Y en cuanto nuestros protagonistas, pues… ellos no volvieron a cruzar caminos hasta aquella noche de junio en 1892, cuando la residencia del señor Mauro Fernández fue testigo de aquel fugaz encuentro.
—¡Aquí está nuestro futuro General de División! ¿Cómo estás, Bernardo?
—¡Alejandra! ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo!...
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